sábado, febrero 24, 2018

Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg


Maravilloso conjunto de ensayos y de textos autobiográficos en los que Natalia Ginzburg habla de la guerra, de la escritura, de la educación de los niños, de uno de los hombres de su vida y las diferencias abismales que había entre ambos, de cómo salir adelante con los zapatos rotos y de las pequeñas virtudes que deberíamos inculcarles a nuestros hijos. Una joya. Unos fragmentos:

Existe una cierta uniformidad monótona en los destinos de los hombres. Nuestras existencias se desarrollan según leyes antiguas e inmutables, según una cadencia propia, uniforme y antigua. Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias.

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Pero aquella fue la mejor época de mi vida, y sólo ahora que ha pasado para siempre, sólo ahora, lo sé.

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Cuando vuelvo con mi familia, lanzan gritos de indignación y dolor al ver mis zapatos. Pero yo sé que también se puede vivir con los zapatos rotos.

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No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. Jamás volveremos a ser gente serena, gente que piensa y estudia y construye su vida en paz. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros. Jamás volveremos a ser gente tranquila.

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Descubrí entonces que uno se cansa cuando escribe algo en serio. Es mala señal si uno no se cansa. Uno no puede esperar escribir algo serio así, a la ligera, como quien escribe con una sola mano, como de pasada. No se puede salir del paso como si nada. Cuando uno escribe algo serio, se mete dentro, se hunde hasta el fondo y, si tiene sentimientos muy fuertes que inquietan su corazón, si es muy feliz o muy infeliz por algún motivo, digamos terrenal, que no tiene nada que ver con lo que está escribiendo, entonces, si cuanto escribe es válido y digno de vivir, cualquier otro sentimiento se adormece en él. Uno no puede esperar conservar intacta y fresca su querida felicidad, o su querida infelicidad, todo se aleja y desaparece, y se queda solo con su página, no puede subsistir en uno ninguna felicidad y ninguna infelicidad que no esté estrechamente ligada a esa página, no posee nada más y no pertenece a otros, y si no le ocurre eso, entonces es señal de que su página no vale nada.

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En mi vida hubo domingos interminables, desolados y desiertos, en los que deseaba ardientemente escribir algo para consolarme de la soledad y el aburrimiento, para ser acariciada y acunada por frases y palabras. Pero no hubo manera de que me saliera una sola línea. En estos casos, mi oficio siempre me rechazó, no quiso saber nada de mí. Porque este oficio no es nunca un consuelo o una distracción. No es una compañía. Este oficio es un amo, un amo capaz de azotarnos hasta hacernos sangrar, un amo que grita y condena. Nosotros debemos tragar saliva y lágrimas, apretar los dientes, secar la sangre de nuestras heridas y servirlo. Servirlo cuando él nos lo pide. Entonces, nos ayuda también a mantenernos en pie, a tener los pies bien asentados sobre la tierra, nos ayuda a vencer la locura y el delirio, la desesperación y la fiebre. Pero quiere ser él quien manda y se niega siempre a prestarnos atención cuando lo necesitamos.

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Privándole de una bicicleta que desea y que podríamos comprarle, no haremos más que frustrarlo en una cosa legítima para un niño, no haremos más que hacer que su infancia sea menos feliz, en nombre de un principio abstracto, sin justificación en la realidad. Y, tácitamente, estaremos afirmando ante él que el dinero es mejor que una bicicleta, cuando, en realidad, es preciso que él sepa que una bicicleta es siempre mejor que el dinero.

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Nosotros estamos para consolar a nuestros hijos, si un fracaso los entristece. Estamos para infundirles valor, si un fracaso los ha mortificado. Estamos para bajarles los humos, si un éxito los ha envanecido.


[Acantilado. Traducción de Celia Filipetto]