Antes del verano recomendé Carter, uno de los títulos del año de Sajalín Editores. En aquel texto dije que el personaje creado por Ted Lewis tenía algo en común con Parker (el personaje de Richard Stark aka Donald Westlake de su libro Payback, también conocido como A quemarropa): ambos eran tipos centrados en un objetivo y nadie iba a detenerles porque aquella obstinación formaba parte de su naturaleza. Carter trataba de encontrar la verdad acerca de la muerte de su hermano. Y Porter quería que le devolvieran el dinero que le habían hurtado tras dar un golpe. Y en esa misma línea se mueve Hook, el protagonista de la novela Morir en California (de Newton Thornburg, también autor de esa otra maravilla titulada Cutter y Bone, que la misma editorial publicó el año pasado): en su caso, al principio del libro acaba de enterrar a uno de sus hijos, fallecido lejos del hogar de la familia, y durante toda la novela se obstina en encontrar la verdad, aunque para ello tenga que trasladarse a un motel de Santa Bárbara, California, y merodear en torno a las personas que vieron por última vez a su hijo Chris, pues la versión oficial es que fue un suicidio, pero su padre no se la traga porque el muchacho era alguien lleno de vida y decidido a comerse el mundo.
Aunque el fondo de Morir en California es el mismo que el de Carter y Payback (hombre cabezota decidido a conseguir sus propósitos, sea la verdad, la venganza o el dinero, aunque tenga que pagar precios altos por ello), las formas son diferentes. Porque Carter era un asesino profesional y arramplaba con todo, utilizando la violencia en cuanto les cosas se le iban de las manos. Y Parker, aunque era un ladrón, también mostraba actitudes violentas y una postura fría y sin escrúpulos. En cambio, David Hook es un hombre de campo, un granjero de Illinois con bastante temple, alguien que no tiene armas y que, en principio, no es violento. Su método consiste en dar la chapa a quienes estuvieron en el escenario de la muerte de su hijo: se encuentra con ellos una y otra vez y habla y habla e insiste en que quiere saber la verdad y que nada lo detendrá, que está seguro de que a su hijo lo asesinaron, y da igual que lo amenacen o que una y otra vez se burlen de él y lo llamen "paleto", porque no va a detenerse.
Durante sus pesquisas, hay un retrato más bien negativo del movimiento hippie, de cómo muchos de ellos ofrecían una pose de libertinos y desarrapados, pero luego se montaban en caravanas que valían miles de dólares y que les habían comprado sus padres. Predomina también, en la novela, un lamento por las oportunidades perdidas, por los momentos que se fueron porque alguien muy joven murió, pero también porque algunos (como Hook) ya son mayores y tal vez hayan tomado decisiones erróneas o sea tarde para ellos. Thornburg, además, contrapone dos modelos de vida: los de quienes están arriba (políticos, gente con pasta, etcétera) y son capaces de llevar dobles vidas y pasarse la moral por el forro y los de quienes están mucho más abajo (gente honrada, honesta, trabajadora), obstinados en proseguir con sus vidas sencillas y hogareñas.
Como en el caso de Cutter y Bone (ambos muy bien traducidos por Inga Pellisa), Newton Thornburg ofrece también aquí una novela sólida, una especie de noir atípico que mantiene al lector atrapado desde las primeras líneas, con ese protagonista paleto y cabezota que sólo quiere limpiar el nombre de su hijo y restablecer su memoria. No os la perdáis: la combinación Newton Thornburg & Inga Pellisa & Sajalín Editores es ganadora. Un par de extractos:
Contemplándolos, Hook se dio cuenta de que más allá de su dolor como padre de Chris, de su ira por la mentira del suicidio, había otro infierno, más pequeño, que consistía simplemente en que su hijo hubiese muerto ahí, en esa tierra de sol y desesperación. Porque en ese momento comprendió que morir en California era morir no solo en suelo extraño sino en un tiempo extraño, un futuro ignoto, brutal y desalmado que despreciaba tanto como temía.
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A pesar de la roca y el remolino, le pareció un lugar muy hermoso, este en el que había muerto su hijo. Diez días antes, él estaba aquí, pensó, había visto ese mismo mar y esas mismas islas. Sus ojos veían. Sus oídos oían. Su corazón latía. Vivía, y sabía que vivía. Y ahora ya no estaba vivo. Era como piedra, como arena, como una rama rota. Era una cosa, una cosa bajo tierra. Y Hook no lo comprendía. No había comprendido nunca la vida, esos bebés con la piel tierna y rosada que había cogido entre los brazos, carne de su carne, sangre de su sangre. Y ahora no comprendía la muerte de esa vida. Las estrellas y las piedras, la vida y la muerte, todo era un misterio para él.
[Sajalín Editores. Traducción de Inga Pellisa]