No se puede escribir pensando en la trascendencia o en el mercado. Se debe escribir pensando en uno mismo, entregado a una tarea que resulta vital para quien la realiza, el sentido de su existencia.
Un escritor visita una ciudad durante quince días y escribe un libro de trescientas páginas explicando por qué esa ciudad y sus habitantes son como son. Suena un poco pedante ¿no? Si nos paramos un momento a pensar, ¿qué es lo que le hace creer a ese escritor que sus conclusiones merecen ser escritas y publicadas y que interesarán a un número determinado de personas? La respuesta es sencilla: nada. Simplemente, ese hombre tiene que escribir un libro porque no sabe hacer otra cosa. Su visita a una ciudad no tendría sentido si luego no escribe un libro en el que recrearla. Su vida real carece de sustancia si no la refleja sobre un papel, estaría hueca, leve, intrascendente.
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Existe una paradoja muy común entre los escritores. Muchos manifiestan que suelen resistirse a sentarse a escribir y buscan otras ocupaciones, tareas domésticas, recados, ordenar la estantería, con la única finalidad de retrasar el momento de enfrentarse a la propia mente.
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Cuando alguien se refugia en la literatura es porque, en la mayoría de los casos, se es tímido e introvertido. Es decir, que en mi opinión, la literatura y los actos públicos están reñidos.
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No en vano escribir consiste en vivir experiencias que no son nuestras y que, de algún modo nos son ajenas, vivir otras vidas. Nuestros personajes nos permiten experimentar con la realidad, moldear nuestras circunstancias, soñar con otras posibilidades.
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Creo que ha llegado el momento de admitir que tengo un pequeño problema. Soy comprador compulsivo de libros. Suelo comprar más libros de los que puedo leer. Me gusta tenerlos. Sé que si en algún momento necesito sumergirme en las páginas de una determinada obra publicada apenas unos meses atrás, ya me será difícil encontrarla. Supongo que mi afición por comprar libros reúne los síntomas de una adicción. A veces, es lo único que puede mitigar un estado de ansiedad. Intento visitar las librerías sin comprar nada, para curarme. Y apunto los títulos que me interesan en una libreta o en hojas sueltas.
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Todo queda obsoleto a los pocos meses de haber aparecido. Incitándonos a ser únicos se nos conduce a la uniformidad, por paradójico que pueda sonar. Este ritmo comercial hace tiempo que llegó también al mundo editorial. Un título apenas se mantiene unas pocas semanas en la mesa de novedades, de ahí, pasa a ocultarse en una estantería, otras cuantas semanas y, finalmente, vuelve a la editorial. Es difícil encontrar librerías con un fondo propio, entre otras cosas porque el consumidor aleccionado por las promociones, siempre busca "lo último de…". Con este sistema, también se consigue que la gente compre libros que le interesan solo porque, si espera, es muy probable que ya no los encuentre. A veces, resulta asombrosa la velocidad con que un libro se descataloga.
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Un blog personal, tal como yo lo veo, es una especie de cuaderno de notas en el que uno puede recomendar lecturas, opinar sobre cuestiones de actualidad, o incluso mostrar lo que en diferentes medios se dice sobre la propia obra. Siendo esto último un punto con cierta dosis de polémica (tampoco demasiada), ya que hay quien parece mirar con malos ojos que uno mismo dedique su espacio a algo que podría denominarse autobombo. Creo que es una polémica carente de sentido, ya que me parece evidente que uno en su propio blog puede y debe ser libre de colgar los contenidos que le parezcan más apropiados, y recopilar las reseñas que aparezcan sobre la propia obra, con el fin de que quien entre ahí pueda tener acceso a todo lo que se ha dicho sobre ella, creo que es tan lícito como lo es crear una página web con fines promocionales.
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Una cosa es el compromiso del escritor con su obra, como proceso de indagación, y otra su compromiso son la sociedad como figura pública.
[Sílex Ediciones]