sábado, noviembre 25, 2017

El declive, de Osamu Dazai


En los libros de Osamu Dazai solemos encontrarnos con personajes torturados, gente que está cansada, que se ve sometida por la miseria o por la adicción a las drogas y/o el alcohol. Aunque el narrador cambia en esta obra, esta vez dándole el protagonismo a una mujer, en El declive encontramos los mismos sufrimientos y las mismas preocupaciones. Kazuko, la protagonista, vive con su madre y ambas tratan de adaptarse a una serie de cambios: el padre de la chica murió, del hermano (adicto al opio) no han tenido noticias desde que se fue al frente, Japón ha terminado esquilmada tras la Segunda Guerra Mundial y las dos se ven obligadas a cambiar de domicilio e irse a vivir al campo, donde la madre enferma y donde las serpientes que a veces se dejan ver por las inmediaciones les confieren malos augurios. Cuando Naoji, el hermano desaparecido, regresa, los problemas se duplicarán, sobre todo desde el momento en que Kazuko se enamora de un amigo de Naoji.

Como decía al principio, no faltan aquí los temas que obsesionaban a Osamu Dazai: la adicción a las drogas y al alcohol, el impulso de autodestrucción, el suicidio, la tristeza y la soledad… Por motivos personales y familiares me ha hecho un nudo en la garganta el pasaje en el que la chica descubre que su madre ha enfermado:

Una mañana vi algo espantoso: mamá tenía la mano hinchada. Además, últimamente desayunaba sentada en la cama y apenas tomaba una ligera sopa de arroz, a pesar de que el desayuno siempre había sido su comida favorita. No podía comer nada con un olor demasiado fuerte. Aquel día parecía que le molestaba incluso el olor de las setas que había añadido a la sopa, pues se llevó el cuenco a los labios y volvió a dejarlo en la bandeja sin haber comido nada. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía la mano derecha hinchada.
[…]
Mamá permaneció en silencio con los ojos entornados, como si estuviera deslumbrada. Yo quería echarme a llorar a gritos. Aquella mano no era la de mamá. Pertenecía a otra mujer. La mano de mamá era más pequeña y delgada. Una mano que conocía bien. Una mano amable. Una mano adorable. ¿Habría desaparecido para no regresar jamás? La izquierda aún no estaba tan hinchada, pero me resultaba demasiado doloroso seguir mirando a mamá. Aparté la vista y la posé en la maceta que adornaba el tokonama del dormitorio.

Es evidente (o a mí me lo parece) que el autor se desdobla en dos personajes: el torturado hermano, Naoji, y el escritor al que conoce gracias a él, Jiro Uehara. Ambos resumen muchas de las preocupaciones de Dazai. Los lectores de esta novela señalan que es triste, pero al mismo tiempo muy bella. Tal vez sea por ese toque fatalista y romántico que el autor de Indigno de ser humano solía aplicarle a sus obras. Quiero destacar también este pasaje porque es puro Dazai:

Aquellas personas estaban equivocadas. Pero quizá ellos no podían vivir de otra forma, igual que yo no podía vivir sin amor. Si es cierto que las personas venimos a este mundo con el deber de sobrevivir, no deberíamos juzgar lo que hagan los demás para alcanzar ese fin. Estar vivo. Estar vivo. Una obra colosal, agotadora e imposible de realizar. 


[Sajalín Editores. Traducción de Marina Bornas]