martes, octubre 17, 2017

Asimetría, de Adam Zagajewski


MALETA

Cracovia nublada por la mañana, las colinas humeaban.
En Múnich llovía, los Alpes, invisibles
y pesados, descansaban en los valles como piedras.

Hasta Atenas no vimos el sol que
provocó que el aire, todo el aire,
toda una inmensa flota de aire
se transformara en oro tembloroso.

Como dicen los escritores religiosos: de repente
me convertí en otra persona.

Soy tan sólo un turista en el mundo visible,
una de entre esas miles de sombras que
deambulan por las salas inmensas de los aeropuertos,

y detrás de mí como un perro fiel con sus pequeñas ruedas
tengo a mi maleta verde.

Soy tan sólo un turista distraído,
pero amo la luz.

**

ACERCA DE MI MADRE

Acerca de mi madre no sabría decir nada,
cómo repetía vas a lamentarlo
cuando ya no esté, y yo no creía
ni en ya ni en no esté,
cómo me gustaba mirarla leyendo una novela de moda,
yendo directamente al último capítulo,
cómo en la cocina, donde pensaba que no era un lugar
adecuado para mí, preparaba el café del domingo,
o, lo que era aún peor, un filete de bacalao,
cómo esperaba a que llegaran los invitados y se miraba
al espejo, haciendo aquella cara que la protegía tan bien
de mirarse cómo era realmente (por lo que parece, eso
lo cogí de ella, igual que otras debilidades),
cómo hablaba con soltura de las cosas
que no eran su fuerte, y cómo tontamente
la hacía rabiar, como aquel día que se comparó
con Beethoven, al perder el oído,
y yo le dije, cruel, pero sabes, él
tenía talento, y cómo me lo perdonaba todo
y cómo lo recuerdo todo, y cómo volé de Houston
a su entierro y no supe decir nada,
y sigo sin saberlo.

**

ESE DÍA

Ese día cuando te llega la noticia
de que ha muerto alguien cercano, un amigo, o alguien
que no conocíamos pero que admirábamos en la distancia;
ese primer instante, las primeras horas: él o ella están muertos,
parece como seguro, inevitable, tal vez incluso
justificado, confiamos (de mal grado) en la persona que nos lo anuncia
por teléfono, desesperada, o tal vez en el locutor de una emisora
indiferente, pero no podemos creerlo,
no podemos aceptarlo por nada del mundo,
porque todavía no ha muerto (para nosotros), no ha muerto,
él (ella) ya no está, pero todavía no ha desaparecido
para siempre, todo lo contrario, parece que esté en el punto
más álgido de su existencia, sigue creciendo,
aunque ya no esté, sigue hablando,
aunque ya haya enmudecido, sigue triunfando,
aunque ya haya perdido, ha perdido su batalla (¿contra qué?
¿contra el tiempo? ¿contra el cuerpo?), pero no, es mentira, ha vencido,
ha alcanzado la plenitud, la mayor plenitud posible,
está tan pleno, es tan grande, tan admirable que no cabe
en la vida, hace estallar los vasos frágiles de la vida,
domina sobre los vivos como si estuviera hecho
de otro material, del bronce más resistente,
pero al mismo tiempo empezamos a dudar,
tenemos miedo, inferimos, sabemos
que al instante aparecerá el silencio
y un llanto impotente.


[Acantilado. Traducción de Xavier Farré]