viernes, julio 14, 2017

Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury


De modo que coleccioné cómics, me enamoré de las ferias ambulantes y las ferias universales y empecé a escribir. ¿Y qué se aprende escribiendo?, preguntarán ustedes.
Primero y principal, uno recuerda que está vivo y que eso es un privilegio, no un derecho. Una vez que nos han dado la vida, tenemos que ganárnosla. La vida nos favorece animándonos y pide recompensas.
Así que si el arte no nos salva, como desearíamos, de las guerras, las privaciones, la envidia, la codicia, la vejez ni la muerte, puede en cambio revitalizarnos en medio de todo.
Segundo, escribir es una forma de supervivencia. Cualquier arte, cualquier trabajo bien hecho lo es, por supuesto.
No escribir, para muchos de nosotros, es morir.
Debemos alzar las armas cada día, sin excepción, sabiendo quizá que la batalla no se puede ganar del todo, y que debemos librar aunque más no sea un flojo combate. Al final de cada jornada el menor esfuerzo significa una especie de victoria.

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Si no escribiese todos los días, uno acumularía veneno y empezaría a morir, o desquiciarse, o las dos cosas.
Uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo destruya.

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Lo que significa escribir como cura. No completa, claro. Nadie supera del todo el hecho de tener a los padres en el hospital o a la persona amada en la tumba.
No quiero usar la palabra "terapia"; es demasiado limpia, demasiado estéril. Sólo digo que cuando la muerte reduce la marcha de otros, uno tiene que preparar de prisa un trampolín y saltar de cabeza a la máquina de escribir.

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¿Qué tiene que ver todo esto con escribir el cuento de nuestra época?
Sólo lo siguiente: si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano.

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Lea usted poesía todos los días. La poesía es buena porque ejercita músculos que se usan poco. Expande los sentidos y los mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. Y, sobre todo, la poesía es metáfora o símil condensado.

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En otras palabras, si su muchacho es poeta, en el estiércol de caballo no encontrará sino flores; que son, por supuesto, lo único que ha habido siempre en el estiércol de caballo.

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Yo soy un guionista automático; desde siempre. Toda la vida he pertenecido a las películas. Soy hijo del cine. Empecé a los dos años y he visto todas las películas que se han hecho. Estoy atiborrado. A los diecisiete años veía hasta doce o catorce películas por semana. Diablos, es un montón de películas. Lo cual significa que lo he visto todo, entre otras cosas toda la basura. Pero está bien. Es una forma de aprender. Uno tiene que aprender cómo no se hacen las cosas. Ver sólo películas excelentes no sirve para educarse, porque son misteriosas. Las grandes películas son misteriosas. No hay manera de resolverlas. ¿Por qué funciona Ciudadano Kane? Pues funciona y nada más. Es brillante a todos los niveles y no hay forma de poner el dedo en algo que esté mal. Está todo bien. Pero una película mala se hace evidente en seguida, y por eso puede enseñar más: "Yo no haré nunca eso, ni eso, ni eso". 

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¿Por qué en una sociedad de herencia puritana tenemos hacia el trabajo sentimientos tan ambivalentes? No estar ocupados nos da culpa, ¿verdad? Pero por otro lado, si sudamos en exceso nos sentimos manchados.

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Se habla mucho de los que se someten al mercado, pero no lo suficiente de los que se someten a las camarillas. En último análisis, ambas actitudes son desgraciadas para el escritor que vive en este mundo. Nadie recuerda, nadie menciona, nadie discute la historia de un sometido, sea un Hemingway diminuto o un Elinor Glyn de tercera.

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¿Cuál es la mayor recompensa para un escritor? ¿No es que un día alguien se le abalance, con la cara estallando de franqueza y los ojos ardientes de admiración, y exclame: "¡Su último cuento era buenísimo, realmente maravilloso!"?
Entonces sí vale la pena escribir. Sólo entonces.
De golpe las pomposidades de los intelectuales desvaídos se desvanecen en polvo. De pronto los agradables billetes obtenidos de revistas gordas de publicidad pierden toda importancia.
El más artificioso de los escritores vive para ese momento.
Y Dios, en su infinita sabiduría, a menudo proporciona ese momento al más rácano de los escribidores y al más exhibicionista de los literateurs.
Porque en la labor cotidiana llega un momento en que el consabido Escritor Comercial se enamora tanto de una idea que empieza a galopar, echar vapor, jadear, exaltarse y, a pesar de sí mismo, escribir desde el corazón.

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Por eso no deberíamos desdeñar el trabajo ni desdeñar los cuarenta y cinco o cincuenta y dos cuentos escritos en nuestro primer año de fracasos. Fracasar es rendirse. Pero uno está en medio de un proceso móvil. Entonces no hay nada que fracase. Todo continúa. Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. El único fracaso es detenerse. No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña el proceso creativo.


[Ediciones Minotauro. Traducción de Marcelo Cohen]