jueves, marzo 02, 2017

Londres después de medianoche, de Augusto Cruz


Forrest Ackerman vivía para los monstruos, y algunos monstruos, los más legendarios, se mantenían con vida gracias a él. Mi impresión, el día que solicitó mis servicios, fue la de un hombre perseguido por el tiempo, el cual, a pesar de sus noventa y un años, no dejaba de revisar documentos ni conversar por teléfono, al tiempo que escribía e intentaba aplastar una hormiga que paseaba por el borde de su escritorio. A su espalda se apilaban torres de devedés, de videocasetes Beta y VHS, cintas de Súper 8 y 16 mm y latas para almacenar negativos. De cada centímetro de las paredes colgaban fotos donde se le veía abrazado por dinosaurios, extraterrestres y otros seres extraños que saludaban con entusiasmo a la cámara.

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Aunque los registros de la MGM, el American Film Institute o la biblioteca del Congreso así lo manifiesten, me niego a aceptar que Londres después de medianoche se encuentra irremediablemente perdido. A mi entender un objeto se pierde cuando las últimas personas que lo recuerdan han fallecido, dijo, observando al vacío a través de la ventana. Yo lo he visto cada noche durante setenta y siete años, señor Mc Kenzie, y sólo en el momento en que muera o mi memoria termine de desvanecerse, la cinta habrá dejado de existir. Le doy la oportunidad de encontrar ese filme, señor Mc Kenzie, de rescatarlo de la muerte y regresarlo como a Lázaro al mundo de los vivos.

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El mundo es un lugar extraño, señor Mc Kenzie. Algunos coleccionistas desarrollan deseos e impulsos demasiado fuertes por ciertas piezas, sobre todo por aquellas que son únicas. Poseer algo único, irrepetible, puede cambiar a más de un ser humano, no lo dude. El cine es diferente, hay la posibilidad de que exista más de una copia de un objeto, y eso, como coleccionista, corroe, enoja, consume. ¿Qué haría usted si tuviera la única copia del filme y de repente supiera que existe una más? La buscaría y la destruiría. El perro, intervino Skal, cuando ya no puede comer más, orina lo que queda de alimento. Nuestra naturaleza también es egoísta. Si Da Vinci hubiera pintado una copia de La Gioconda para sí mismo, ¿la que se encuentra en el Louvre tendría el mismo valor? Poseer algo singular nos vuelve únicos, diferentes al resto de los mortales, nos hace especiales, y nadie, créamelo, nadie quiere volverá a ser ordinario en un mundo como éste.

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Carmen Miranda, dijo, sin dejar de peinarse, murió entre el camino del cuarto de maquillaje y su vestidor con un espejo en la mano, y la última llamada de Marilyn Monroe antes de morir fue a su estilista; nadie nace con estilo, señor Mc Kenzie, pero nada nos impide morir con clase.

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Los misterios sin resolver son como heridas que no cicatrizan, que manan eternamente hasta desangrarnos, dijo en voz baja.


[Seix Barral]