jueves, febrero 09, 2017

La carrera por el segundo lugar, de William Gaddis



Durante el medio siglo que ha pasado desde entonces la riqueza ha crecido de un modo vergonzoso. Un personaje de una obra de ficción actual comenta que nunca ha habido tantas oportunidades para hacer tantas cosas distintas que no vale la pena hacer. Una sociedad en la que el fracaso puede consistir sencillamente en no tener "éxito" tiene las más ignominiosas derrotas guardadas y reservadas para aquellos –los llamamos "perdedores"– que fracasan en algo que, desde el principio, no valía la pena hacerse.

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Joseph Tabbi:
William Kennedy, que lo llevó a hablar al Instituto de Escritores de Albany (Nueva York), recuerda el rechazo que Gaddis sentía al principio por esta clase de actividades: "En cuanto se creó [el Instituto], le pedí a Gaddis que viniera a visitarnos y diera una charla, y él dijo: "¡Desde luego, y sin ninguna duda, no!". Pero yo no desistí, y unos años después volví a intentarlo, y su "no" no fue tan contundente, y la siguiente vez me dijo que "quizá" y después, un día, en 1990, hablando con un periodista de Albany, dijo: "No hay nada más angustioso y agobiante que un escritor leyendo su obra delante del público" (aparecido en el Times Union de Albany, 2 de abril de 1990). Dos días después, ahí estaba Bill Gaddis, sobre el escenario, en el salón de actos de la universidad. No leyó su obra delante del público, sino unas fichas en las que explicaba por qué no leía su obra delante del público".

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Debo decir que formo parte de esa estirpe en vías de extinción que piensa que los escritores deben leerse y no escucharse, y mucho menos verse. Creo que esto es porque en la actualidad parece haber una tendencia a colocar a la persona en el lugar de su obra, a convertir al artista creativo en un artista escénico, a considerar que lo que un escritor dice sobre la escritura es, en cierto modo, más válido, o más real, que su propia escritura.

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Parece que no soy especialmente amable con el lector. Le pido algo, y muchos reseñistas dicen que le pido demasiado. Incluso algunos de ellos a los que les gusta mi obra dicen que supone un esfuerzo, que es difícil y que, como digo, no es especialmente amable con el lector.
Pero yo en realidad pienso que sí lo es, y que el lector siente placer al participar, al colaborar, si se quiere decir así, con el escritor, de modo que al final las cosas ocurren entre el lector y la página, sin necesidad de todo este mundo de las lecturas. Se les lee a los niños. ¿Por qué inventamos la imprenta? ¿Por qué estamos alfabetizados? Porque el placer de estar completamente solos, con un libro, es uno de los mayores placeres que hay.


[Sexto Piso. Traducción de Mariano Peyrou]