jueves, octubre 13, 2016

La isla de los perros, de Daniel Davies



Tenía una profesión que cabría considerar prestigiosa y lucrativa. Tenía un piso en Londres que cabría de calificar de lujoso y de buen gusto. Solía acostarme con mujeres a las que cabría catalogar como atractivas y sofisticadas.
Y, no obstante, lo abandoné todo. Renuncié a aquella vida con mucho gusto. En cuanto me decidí, lo hice con rapidez, sin misericordia, sin arrepentirme y sin dudarlo. Incluso ahora me asombra lo fácil que fue transformar mi vida por completo: lo fácil que es para todo el mundo transformar completamente su vida. Lo único difícil es decidirse a hacerlo.

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Espero que la crudeza de los diálogos no les haya escandalizado. En el circuito siempre hablamos sin rodeos. Creo que se trata de una reacción de rechazo al lenguaje eufemístico de los escenarios de seducción "normales" ("¿Vienes mucho por aquí?", "¿Te apetece subir a tomar un café?") con los que uno pierde rápidamente la paciencia de adulto. Aquí nos dedicamos al sexo despojado de inhibiciones. Al sexo desprovisto de interferencias culturales. Al sexo al desnudo.

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Es asombroso lo violenta que puede parecer la sexualidad humana al observador pasivo: agresión mutua entre mamíferos mudos.

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La revelación estuvo acompañada a la vez de euforia y de aprensión: iba a transformar mi vida hasta dejarla irreconocible. Quería un piso más vacío, un trabajo más vacío, una cuenta corriente más vacía, una cabeza más vacía. Iba a podar mi existencia sin piedad: a mermarla, reducirla, desnudarla, recortarla. Sentía una irresistible necesidad de claridad y sencillez. Mi vida era un garaje abarrotado que yo iba a vaciar y ordenar.

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La gente guapa puede permitírselo todo. La belleza es el atributo más injusto de la naturaleza.

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Tengo todo lo que necesito para llevar una existencia satisfactoria, cuando no feliz. Una vez que hemos llegado a la edad adulta, aspirar a la felicidad es mucho pedir; la satisfacción –o lo que e. e. cummings llamaba la "no-infelicidad"– me parece mucho más realista.


[Anagrama. Traducción de Federico Corriente]