jueves, octubre 06, 2016

22/11/63, de Stephen King


Tracé una gran A en rojo en la primera página del trabajo. Me quedé mirándola un minuto o dos, luego añadí un gran + en rojo. Porque era bueno, y porque su dolor había provocado una reacción emocional en mí, su lector. ¿Acaso no es eso lo que debe lograr un escrito sobresaliente? ¿Provocar una respuesta?

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Me sentía como un hombre leyendo un libro macabro. Una novela de Thomas Hardy, por ejemplo. Sabes cómo va a terminar, pero eso, en lugar de estropear las cosas, de algún modo aumenta tu fascinación. Es como mirar a un niño que hace correr su tren eléctrico cada vez más rápido y esperar a que descarrile en una curva.

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En mi vida como profesor, solía insistir machaconamente en la noción de simplicidad. Tanto en la ficción como en la no ficción, existe solo una pregunta y una respuesta. "¿Qué ocurrió?", pregunta el lector. "Esto es lo que ocurrió", contesta el escritor. "Esto… y esto… y también esto". Simplificar. Es el único camino seguro a casa.

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A veces la vida escupe coincidencias que ningún escritor de ficción se atrevería a copiar.

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Es la maldición de la raza lectora. Nos pueden seducir con una buena historia incluso en los momentos más inoportunos.

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Tras un período de abstinencia de mi ordenador, había adquirido la perspectiva suficiente para darme cuenta de lo adicto que me había vuelto a esa jodida máquina, malgastando horas leyendo estúpidos archivos adjuntos y visitando páginas web por la misma razón que impulsa a los alpinistas a escalar el Everest: porque estaban allí.

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A veces no deseamos saber, ¿no es cierto? A veces tenemos miedo de saber. Nos aventuramos demasiado lejos y entonces damos media vuelta.

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-No puedes acompañarme. Es demasiado peligroso. Creía que te lo había explicado, pero a lo mejor no lo dejé lo bastante claro. Cuando intentas cambiarlo, el pasado muerde. Te arrancará la garganta de un mordisco a la mínima que pueda.

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Las múltiples elecciones y posibilidades de la vida cotidiana son la música a la que bailamos. Son como las cuerdas de una guitarra. Si las rasgueas, creas un sonido agradable. Un armónico. Pero empieza a añadir cuerdas… Diez cuerdas, cien cuerdas, mil, un millón. ¡Porque se multiplican! Harry no sabía qué era aquel sonido de desgarrón acuoso, pero yo estoy bastante seguro de saberlo: es el sonido de un exceso de armonía creado por un exceso de cuerdas.

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Llevaremos una vida tranquila. No levantaremos olas.
Solo que cada hijo es una ola.
Cada aliento que tomamos es una ola.


[Plaza & Janés. Traducción de José Óscar Hernández Sendín y Gabriel Dols Gallardo]