miércoles, julio 27, 2016

Marienbad eléctrico, de Enrique Vila-Matas


Me gustó su respuesta, quizás porque me recordó que, cuando termino una novela, me gusta que me pregunten si estoy seguro de que se trata de una novela. Me gusta sentir que he hecho algo que se ha situado en los límites al buscar profundizar en las posibilidades, que sé amplísimas, del propio término de novela. Me gusta que se perciba que, por espurio que pareciera, no he descartado nada que tuviera posibilidades de acabar en la novela, lo que ha terminado por crear la impresión de que podría no haber hecho una novela.

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El equívoco me sirvió para por fin escribir un texto teórico que desmentía el carácter meramente caprichoso de mi propensión a incluir citas y, de paso, para exponer que mi literatura había llevado al límite el uso de las citas literarias distorsionadas al buscar, entre otras cosas, que mi falsa erudición funcionara como una sintaxis.
"Puede parecer paradójico, pero he buscado siempre mi originalidad de escritor en la asimilación de otras voces. Las ideas o frases adquieren otro sentido al ser glosadas, levemente retocadas, situadas en un contexto insólito…"

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Aunque nadie me lo había pedido, yo había elegido Marienbad para ese experimento y todas las tardes paseaba junto a las cristaleras de los comedores de los grandes balnearios y, desde el exterior, espiaba a los numerosos clientes que vivían allí sus vidas crepusculares. Recuerdo cómo cada tarde constataba con asombro que todo allí era inmortal y mortecino. Hasta que una noche, mi propia imaginación me asustó cuando me hizo creer que alguien, con un gesto único y centelleante, había electrificado Marienbad entera con una luz vívida, desconocida, tal vez sólo olvidada.


[Seix Barral]