jueves, junio 23, 2016

Cutter y Bone, de Newton Thornburg


Fragmentos de esta novela, que hoy comento en Playtime / El Plural:

Igual que la tónica, el miedo le helaba las venas. Y era una clase de miedo del que se suponía que los americanos de clase media no tendrían que saber nada; miedo de cosas como el hambre, el frío y el dolor de muelas, todas bastante triviales a no ser que solo tuvieras doce dólares en el bolsillo y te fueses a pulir cinco de ellos en alcohol esa noche. ¿Comería mañana? ¿La semana siguiente? ¿Tendría donde dormir?

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Así que lo había dejado [el trabajo]. E incluso con los otros trabajos, faenas manuales que hacía a menudo –de jardinero, de camionero o de jornalero–, la misma historia. Siempre llegaba esa opresión en el estómago, la sensación de encierro, y por último la bronca con un jefe gilipollas u otro. Y luego la calle de nuevo, las mujeres de nuevo, su única seguridad real.

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Cuando tu mortalidad es tan real para ti, ¿cómo pasar tus tal vez últimas horas trabajando para otro, haciendo, vendiendo o sirviendo basura de usar y tirar?

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[Habla Cutter]: Puede que sea solo una cuestión de estilo, de discreción, nada importante. Pero eso no cambia el hecho de que cada día me levanto de la cama como si fuera el fin del mundo. No soporto la idea de ver caras y escuchar voces. No soporto comunicarme. Prefiero besar a Mo en el clítoris que en la boca. Prefiero hacer botar una pelota que a ese puñetero niño en las rodillas. Ya no quiero leer. No quiero ver películas, no quiero estar aquí sentado viendo el puto mar. Porque todo me da ganas de vomitar, Rich. Me da temblores. Supongo que la palabra es desesperación. Y se ha convertido como en mi corazón. Me refiero a que bombea día y noche, sin parar. No me lo quito de encima. Me encuentro mal todo el tiempo. Por eso pienso en la muerte. Pienso que más me valdría estar muerto.

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La vida era brutal y fea y había que soportarla solo, y cualquier amor o belleza que se encontrara por el camino era algo puramente accidental y por lo general efímero. Nada tenía ningún valor en sí mismo. No había ningún patrón oro en la vida. La moneda corriente era el papel, un papel en continua devaluación. Por descontado. ¿Alguna novedad más?

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-No siento demasiado, ni pérdida, ni dolor, ni ninguno de esos bonitos sentimientos normales. A lo mejor es porque recogí demasiados tíos a paletadas y los metí en bolsas, no lo sé. A lo mejor había demasiados pedazos.

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Uno se podía pasar la vida entera subiéndose a cruces para salvar a la gente de sí misma, y no cambiaría nada. Al final los seres humanos estaban cada uno tan solo como una estrella muerta, y por más esfuerzo, amor o letanías que uno le pusiese, no conseguiría modificar ni un centímetro la precisión terrible de sus trayectorias.  


[Sajalín Editores. Traducción de Inga Pellisa]