jueves, marzo 17, 2016

Laberinto de hierba, de Izumi Kyoka


Dos extractos de esta novela, que hoy comento en Playtime:

-¿Ha oído usted esa canción alguna vez?
-Mi madre, ya difunta, me la cantaba cuando era pequeño. De hecho, es lo último que recuerdo de ella desde que tengo uso de razón, pero he olvidado la letra. A medida que me iba haciendo mayor, como si se tratase de un amor desgarrador de esos que se leen en las novelas populares, crecían mis ansias por escuchar aquella canción, aquella voz. Esperé con entusiasmo la hora de graduarme en la escuela de Tokio donde estudiaba, para regresar a mi pueblo y encontrar a alguien que pudiera cantármela. Pero por mucho que preguntara, por muchas canciones que me cantaran, no conseguí reconocer la letra que yo tenía en mente.

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Akira se quedó dormido mientras hablaba. ¿Iba a explicar acaso otro de aquellos fenómenos extraños? El monje sintió lástima de él, puesto que si lo que le había estado contando era cierto, Akira no habría podido pegar ojo durante varios días seguidos. No le extrañaba que ahora se quedara dormido; se sentiría al fin seguro en compañía de alguien con quien pasar la noche. Eso pensaba el monje cuando fijó la mirada en el resplandor ligeramente pálido de la lámpara frente al tokonoma, más allá de la mosquitera. En la pantalla de papel no había ninguna inscripción protectora, por lo que temió que la lámpara empezara a flotar separándose del tatami, o bien que acabara en llamas colándose en el interior de la mosquitera. Al pensarlo, advirtió que la luz de la lámpara no se había avivado, y aun así, el rostro dormido de Akira estaba sospechosamente iluminado.


[Satori Ediciones. Traducción de Iván Díaz Sancho]