martes, febrero 16, 2016

Vive y deja morir, de Ian Fleming


En la segunda entrega de las aventuras de James Bond, encontramos la referencia al título en este pasaje:

Dexter reflexionó.
-De acuerdo –dijo al fin–. Probablemente no pase nada. Pero no llame mucho la atención. Y no resulte herido –añadió–. Allí no habrá nadie que pueda ayudarlo. Tampoco se dedique a crearnos problemas. Este caso aún no está maduro y, hasta que lo esté, nuestra política con Mister Big es "vive y deja vivir".
Bond observó al capitán Dexter con socarronería.
-En mi trabajo –dijo–, cuando me topo con un hombre como este, tengo otro lema: "vive y deja morir".  

En esta ocasión, 007 se mueve entre Estados Unidos y Jamaica mientras sigue la pista del gángster de Harlem apodado The Mister Big. Los personajes se desplazan más que en la primera novela (Casino Royale, que ya recomendé aquí), pasando por Londres, Nueva York, algunas zonas de Florida o la ya citada Jamaica; este desplazamiento, y la mención a Q, conectan un poco más con las películas, con el familiar mundo de 007. Sin embargo, las aventuras siguen sin ser (por el momento) tan aparatosas y espectaculares como en los filmes. Y 007 sangra mucho en la novela: se hace heridas contra los corales del mar, le muerde una barracuda, le rompen un dedo… Sólo intima con una mujer, la deliciosa Solitaire. Dentro de la trama hay un subtexto que me ha interesado mucho: esta vez Bond se enfrenta a un hombre negro, y en un pasaje de la novela dice un personaje (estoy parafraseando) que los negros empiezan a ganar terreno en la sociedad, y así como empiezan a despuntar en terrenos como el arte o la ciencia, también tiene que haber un villano poderoso y negro en el mundo del crimen. Aunque pueda parecer lo contrario, no es un ataque de Fleming, sino un paso encaminado a la lucha por los derechos civiles de los negros (o al menos así lo he entendido yo).

Lo que Ian Fleming nos ofrece es una novela de espías muy entretenida, y con pasajes espléndidos donde se nota su habilidad para la descripción, como cuando el agente llega al San Petersburgo de Florida, una especie de paraíso para jubilados americanos:

Bond se fijó en la diminuta boca reticente de las mujeres y en los destellos del sol en sus quevedos; en el pecho y los brazos flácidos y fibrosos de los hombres expuestos al sol, vestidos con camisas estampadas; en la mullida y rala bola de cabello de las mujeres, que mostraban el cuero cabelludo rosado; en la cabeza calva y huesuda de los hombres. Y, por todas partes, una parlanchina camaradería, un intercambio de noticias y cotilleos, un concierto de citas campechanas para jugar al tejo y al bridge, una ronda de cartas de hijos y nietos, un chasquido de lengua por los precios de las tiendas y de los moteles.


[ECC Ediciones. Traducción de Sara Bueno Carrero]