miércoles, enero 06, 2016

Cuentos escogidos, de Shirley Jackson


Shirley Jackson fue una de las maestras en el noble arte de inquietar: basta con leer su estupenda novela La maldición de Hill House (no he leído Siempre hemos vivido en el castillo, pero su buena fama la precede). En este volumen se recogen un total de 8 cuentos y 3 conferencias sobre la literatura y sobre el impacto que acarreó la publicación de su relato "La lotería", uno de sus textos más celebrados y, sin duda, de los mejores. En el mencionado cuento, la autora logra recrear el ambiente malsano, infecto de maldad, de uno de esos pueblecitos como los de Ritual (la novela de David Pinner que inspiró el filme menor The Wicker Man), ¿Quién puede matar a un niño? o Los chicos del maíz: lugares donde imperan otras reglas, siempre sometidas a la crueldad y a lo irracional. También me gustaría destacar "La muela", donde Jackson describe con muchísima precisión ese estado de la mente en el que, tras el dolor y la falta de sueño, uno ya no sabe distinguir entre lo real y lo imaginado; y "Charles", uno de esos cuentos que nos muestran el grado de perversidad que puede alcanzar un niño raro. Ningún amante de lo perturbador debe perderse este libro.

Aquí van 2 fragmentos de los ensayos y/o conferencias: 

Ser escritor de ficción es de lo más agradable por varias razones; una de las más destacadas, por supuesto, es que puedes persuadir a la gente de que se trata de un trabajo de verdad, si tienes un aspecto lo bastante demacrado. Pero quizá una de las cosas más prácticas de ser escritor de ficción es que no se desaprovecha nada; cualquier experiencia sirve para algo; tiendes a verlo todo como una estructura potencial de palabras.

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Uno de los aspectos más aterradores de publicar cuentos y libros es ser consciente de que van a ser leídos, y leídos por extraños. Yo no había caído en ello hasta aquel momento, aunque en mi imaginación, por supuesto, ya me había recreado tiernamente con la idea de millones y millones de personas emocionándose, enriqueciéndose y deleitándose con mis cuentos. Nunca se me habría ocurrido pensar que estos millones y millones de personas pudieran estar tan lejos de emocionarse como para llegar a sentarse y escribirme cartas que, literalmente, me daba pánico abrir; de las trescientas cartas que recibí aquel verano solo en trece de ellas se dirigían a mí con respeto, y la mayoría eran de amigos. Incluso mi madre me regañó: "A tu padre y a mí no nos ha gustado nada tu cuento de The New Yorker –escribió con severidad–. Parece, querida, que la gente joven de hoy solo pensáis en historias sombrías. ¿Por qué no escribes algo para animar a la gente?".


[Minúscula. Traducción de Paula Kuffer]