jueves, diciembre 17, 2015

Trieste, de Daša Drndić


En Playtime están mis impresiones sobre este libro, a medio camino entre el reportaje y la novela. He elegido 3 fragmentos muy diferentes: en el primero, un vistazo a la ciudad del título en castellano; en el segundo de ellos podemos comprobar el tono que a algunas veces emplea la autora para homenajear a Thomas Bernhard; en el tercero, uno de los interrogatorios del libro:

Hacia finales del año 1920, Trieste era una ciudad enferma, sus estertores parecían los de un moribundo. Era una ciudad amputada. Las escuelas alemanas habían cerrado, los nombres de las calles habían sido cambiados e italinizados. Trieste se convirtió en un pequeño universo dentro de otro pequeño universo. Sus fuerzas centrípetas se agotaron y la ciudad fue tomada por fuerzas externas que la separaron de ella misma, sus órganos se descompusieron, la ciudad se fragmentó en microelementos de su propio pasado que no encontraban la manera de encajar. Se quedó abandonada, tumbada, inmóvil, sufriendo sus úlceras por decúbito.

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Las pequeñas ciudades siempre preservan un contingente de personas crónicamente infelices, escribió Roberto Piazza, y la infelicidad general conducía a numerosos suicidios que estaban inducidos por el clima, en las ciudades pequeñas la gente tiene tendencia a los suicidios, muchos tienen la sensación de falta de aire porque no tienen fuerza para cambiar la situación en la cual se encuentran, eso es lo que afirmaba Thomas Bernhard, escribió en su carta Roberto Piazza. Él, Roberto Piazza, estaba de acuerdo con Carlo Michelstaeder en que la vida humana estaba hecha de remordimientos, de mala conciencia, de melancolía, de aburrimiento, de miedo, de rabia y de sufrimiento y que todas las acciones del hombre mostraban que el hombre, de hecho, era un ser pasivo que toda la vida no hace otra cosa que rehacer, revisitar, completar su propia biografía y también las biografías de los que viven a su alrededor, escribió Roberto Piazza, de manera que ella, su exprofesora, no era culpable de no haber sabido nada sobre los asesinatos en el campo de concentración de San Sabba y en cambio se dedicara, ella, Haya Tedeschi, solo a ir al cine y a sus citas amorosas.

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¿Qué dijo cuando vio que usted estaba arrastrando cadáveres?
Me dijo: "¿Por qué arrastras esos cadáveres? Tú que eres dentista no deberías arrastrar esos cadáveres".

¿Y es usted dentista?
No lo soy.

¿Y?
Me cogió por la manga, me cogió por la mano, me dio unos cuantos golpes en la espalda, eso lo quiero dejar claro, que él me pegaba constantemente y me llevó hasta un pozo. En el suelo al lado del pozo había cubos en los que había dientes de oro y alicates para sacar las muelas. Me dijo: "Coge los alicates y empieza a sacar las muelas de aquellos cadáveres que hay allí abajo". Los cadáveres estaban amontonados al lado de las salidas de las cámaras de gas.

¿Y desde allí los transportaban hasta la fosa?
Así es.

¿Usted sacó los dientes a los cadáveres hasta el día de la rebelión?
No exactamente. Estuve sacando las muelas durante un mes más o menos, quizá mes y medio, hasta el día que descubrí el cadáver de mi hermana.


[Automática Editorial. Traducción de Simona Škrabec]