miércoles, diciembre 16, 2015

Producciones Kim Jong-Il presenta…, de Paul Fischer


Atendamos al subtítulo de este libro: "La increíble historia verdadera de Corea del Norte y el secuestro más osado de la historia". Estamos ante una obra de no ficción para la que el autor, Paul Fischer, ha hecho eso que se les da de maravilla a los norteamericanos: rebuscar entre los archivos, entrevistarse con cientos de personas, leer toda la documentación posible, analizar todos los libros sobre el tema, verse películas y documentales y darle forma casi novelística a una historia real. Aunque los hechos fueron célebres en su día, cuando se descubrió el pastel, yo no los conocía. Y la historia me ha parecido asombrosa. Es como una película de espías y dictadores, pero sucedió de verdad.

¿Y qué es lo que cuenta Producciones Kim Jong-Il presenta…? Cuenta que, cuando Kim Jong-Sung colocó al frente del Ministerio de Propaganda de Corea del Norte a uno de sus hijos, Kim Jong-Il, éste puso en marcha una maquinaria de lavado de cerebros del pueblo a través del cine. Jong-Il, cinéfilo empedernido, uno de esos tipos con una colección privada y espectacular de películas, creía que el cine podía transmitir los valores adecuados a los ciudadanos. El problema es que su cinematografía era deleznable. En cambio, sus vecinos de Corea del Sur contaban con un director que había cosechado premios y éxitos de taquilla: Shin Sang-Ok, que solía trabajar con su mujer (y posteriormente ex mujer, hasta que volvieron a casarse), la estrella Choi Eun-Hee. Los hombres de Jong-Il secuestraron a ambos, por separado. Primero trataron de persuadirlos para que adoraran a sus líderes, padre e hijo. Como no funcionó, Shin Sang-Ok estuvo prisionero durante unos años. Tras doblegarlos, tanto el cineasta como la actriz supieron que la única salida consistía en rodar películas exitosas para el ministro y escaparse en cuanto pudieran. Años después lo lograrían, pero para entonces la carrera de Sang-Ok ya no remontó, en Corea del Sur no se tragaron la historia del doble secuestro y el director se convirtió, en sus últimos años, en alguien lastrado por la amargura.

La historia, como se puede ver, es asombrosa. Y Paul Fischer, con su dominio de la estructura, convierte el libro en uno de esos reportajes de no ficción que uno devora incluso aunque pueda conocer el desenlace. Hacia el final de la lectura me quedó un poso amargo, quizá parecido al que sintió el cineasta poco después de su fuga: porque Shin Sang-Ok fue ejemplo de las vueltas que puede dar la vida, de cómo de ser una promesa puedes pasar a ser una celebridad, y luego un prisionero al que torturan, y después alguien que obtiene de nuevo el éxito (pero un éxito forzado, impuesto) al convertirse en la marioneta de una dictadura, y más tarde un fugitivo incapaz de rehacer su identidad y su carrera. En sus dos últimos años de vida incluso dejó de hablar: apenas dijo un puñado de palabras. Pero, según parece, algunas de las películas que rodó en Corea del Sur siguen siendo dignas. Un fragmento:

En Corea del Norte, el cine siempre había tenido un fin: inculcar las ideas correctas a la población. A diferencia del cine que se hacía en la Unión Soviética, visto como una herramienta para "ilustrar" a las masas, el cine norcoreano no pretendía educar, informar o mejorar el conocimiento que tenía la población de la lucha de clases a lo largo de la historia o de la importancia de la igualdad y la propiedad colectiva. Sobre todo en tiempos de Kim Jong-Il, el objetivo que perseguía el cine era inculcar en el pueblo los valores más importantes del régimen: que el Líder Supremo, Kim Il-Sung, era el hombre más importante que jamás había existido; que no había mayor virtud que la lealtad hacia su persona y hacia la "familia" nacional, y que no había raza más pura, virtuosa y valiosa que el pueblo coreano. Solamente un coreano podía ser Líder Supremo, el Sol de la Humanidad, y dado que el Líder Supremo era el Primero de Todos los Coreanos, todo lo que no fuera obediencia ciega hacia su persona era sinónimo de traición a la patria, a la raza y a la propia sangre. Seguirlo, sin embargo, significaba acceder al Paraíso de los Trabajadores.


[Turner Libros. Traducción de Ferran Esteve]