jueves, noviembre 12, 2015

Sobre nada y otros escritos, de Mark Strand


En Playtime recomiendo hoy este libro (un poco más arriba pondré el enlace). Aquí van unos extractos de los ensayos:

I de inmortalidad, que para algunos poetas constituye una forma necesaria y creíble de compensación. Mientras que, en teoría, son desdichados en vida, serán recordados cuando todos los demás hayamos caído en el olvido. Ninguno de ellos pregunta por la calidad de ese recuerdo; cómo será el quedarse agazapado en los oscuros corredores de la mente de alguien hasta el momento en que tenga lugar el recuerdo, o el que lo depositen de repente y para siempre de las praderas de la oscuridad. La mayoría de los poetas sabe muy bien que no debe preocuparse por semejantes cosas. Saben que es más que probable que con ellos mueran sus poemas y que de estos nunca más se vuelva a hablar, que sean reemplazados por otros con un aspecto nuevo y con un lenguaje más contemporáneo. Sabe asimismo que, aunque mueran incluso los poemas singulares, lentamente en algunos casos, la poesía continuará existiendo: que su contenido, sus temas constantes, son menos susceptibles de cambiar que las modas del lenguaje, y que aquí es donde podría darse una inmortalidad alternativa, menos brillante. Todos sabemos que un poema puede influir en otros poemas, mantenerse vivo en ellos, de igual modo que en él viven unos poemas anteriores. ¿No podríamos decir, por tanto, que un poema triunfa del todo cuando fomenta su propia revisión y provoca su propia desaparición? Sí, pero, ¿es esto la inmortalidad, o simplemente una forma resuelta de estar muerto?

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Me interesa tanto el olvido como la nada. El olvido, la plenitud de olvidar, las posibilidades de olvidar. La libertad de la desmemoria. Es el verdadero comienzo de la poesía.

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Leemos con más comodidad una novela cuando su lenguaje no nos distrae. Lo que deseamos al leer una novela es avanzar. Un poema opera justo al contrario. Incita a la lentitud, nos conmina a saborear cada palabra. Es en el poema donde se hace más palpable el poder del lenguaje. Pero en una cultura que fomenta la lectura rápida, la comida rápida, los informativos de diez segundos y otras formas veloces de absorción, ¿quién quiere algo que exige ir más lento?

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Esta capacidad que tiene la poesía de ordenar nuestra casa interior, de formalizar emociones difíciles de articular, es una de las razones por las que seguimos contando con ella en los momentos de crisis y en las ocasiones en que necesitamos saber, en pocas palabras, aquello por lo que pasamos. Pienso en los funerales en particular, pero lo mismo se podría decir de los cumpleaños y las bodas.


[Turner Libros. Traducción de Juan Carlos Postigo Ríos]