viernes, agosto 07, 2015

Experiencia, de Martin Amis


No sé si ya he dicho por aquí que cada vez me gustan más los Amis: Martin y Kingsley. Tras el estupendo Sobrebeber, de Kingsley (y pronto debería ponerme con sus Cuentos completos, recién editados por Impedimenta), me adentré en Experiencia, de Martin (y en breve quiero leer La viuda embarazada, que Anagrama publicó hace unos años). Porque en Experiencia están los dos. Quiero decir: al ser una autobiografía, Martin habla mucho de su padre, al que admira y a la vez critica, al que idolatra y censura, al que amaba y a la vez detestaba. Y Martin habla mucho de sus dientes y de sus muelas, de todos los trastornos y padecimientos que le causó tener una mala dentadura. Y habla de amigos como Saul Bellow, Christopher Hitchens, Ian McEwan, Robert Graves, Salman Rushdie… Y habla de sus hijos, de sus relaciones con mujeres, de su batalla contra la prensa inglesa, siempre dispuesta a vapulearlo, y por supuesto habla de algunos de sus libros, de su aprendizaje de la vida.

Son, para mí, unas memorias fascinantes, que no siguen un orden cronológico y, por tanto, resultan más amenas. Y contienen frases y anécdotas de Kingsley Amis, por ejemplo ésta que me hizo sonreír: que el padre era un gran fan de Terminator y también de Terminator 2 ("una impecable obra maestra"). Martin Amis siempre se muestra crítico, honesto, despiadado, con un humor fino y muy inglés, y por eso creo que cualquier lector de uno u otro, o de ambos, no se debería perder este libro. Acá, unos fragmentos:

Se vive como una extraña sorpresa el hecho de convertirse en escritor, pero nada es más vulgar y corriente para uno que lo que su padre hace durante todo el día. En mí, por tanto, los sinsabores –y quizá algunos de los placeres– de ser escritor se hallaban un tanto mitigados. Era algo cotidiano. Estaba trabajando duro, y con una gran tenacidad, pero era lo mínimo que podía hacer.

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Y tal circunstancia fortuita me ha enseñado, al cabo de una larga mirada atrás, que hasta la ficción es incontrolable. Puedes pensar que la controlas. Puedes sentir que la controlas. Pero no la controlas. 

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La razón secreta del interés de los medios de comunicación por el Premio Booker es la siguiente: desmitifica y desclasa al escritor. Los escritores se convierten en algo sobre lo que se puede apostar, y cuando llega la noche de esta "lotería" uno puede verlos en la televisión reducidos a lo que en yiddish llaman schwitzers (sigilosamente sudorosos en sus esmóquines y trajes de fustán). Mi padre dijo la única cosa que puede decirse de los premios: que están bien si tú los ganas.

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Iba a cumplir veinticinco años, pero cuán joven era; cuán realmente, terriblemente joven era… Y cómo dura la juventud, ese tiempo de constante impostura, cuando uno finge entenderlo todo y en realidad no entiende nada… Uno no entiende nada acerca del tiempo.

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Ahí es adonde vamos realmente cuando morimos: al corazón de aquellos que nos recuerdan.

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Se supone que las madres y los padres no cambian. Al igual que se supone que no se van, ni se mueren. Son seres que no deben hacer eso.

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Saul [Bellow] está en las estanterías, en mi mesa de trabajo; está por toda la casa, y siempre en disposición de hablar. Eso es lo que es la escritura: no una comunicación sino un medio de comunicación. Y están los otros escritores que bullen a tu alrededor; son como amigos: pacientes, íntimos, eternamente insomnes y accesibles, a lo largo de los siglos. Ésta es la definición de la literatura.

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La vida de un escritor es todo ansiedad y ambición (y la ambición, aquí, no es fácilmente distinguible de la ansiedad; es parte del deseo de acertar en el desarrollo del talento que uno tiene).

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Jamás me han pedido que crea en cosas realmente increíbles, salvo en los artículos de fe normales para un hombre de cincuenta años (y ya ellos se me antojan harto improbables): que los padres se van, que los hijos se quedan, y que yo estoy en algún punto entre unos y otros.



[Anagrama. Traducción de Jesús Zulaika]