miércoles, abril 01, 2015

Una infancia, de Harry Crews


La próxima semana saldrá en Playtime mi reseña sobre estas memorias, que llevan por subtítulo Biografía de un lugar. Como es habitual, os adelanto unos fragmentos del libro:

Nos sentamos en un pequeño porche junto a un hombre que ya debía ser viejo cuando murió mi padre. Tenía los ojos fijos y enturbiados y la piel tan arrugada y plegada que daba la impresión de haber sido confeccionada para un hombre dos veces más grande que él. No tenía dientes y su boca estaba negra de tanto darle a la tableta de tabaco que mascaba mientras nos hablaba de pollos con una sola ala o una sola pata que merodeaban cojeando de un lado a otro por la granja que obtuvo mi padre con su primer contrato de aparcería.

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Entre un hombre y un animal que trabajan juntos desde el amanecer hasta la noche, un día sí y otro también, ha de existir amor. De lo contrario, ¿cómo podrían soportarlo?

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No mucha gente será capaz de entenderlo o de aceptarlo. Corrían tiempos duros en aquella parte del país y muchos hombres hicieron cosas de las que luego seguramente se avergonzarían y les causarían sufrimiento hasta el fin de sus días. Pero las hicieron a causa del hambre y la enfermedad, y por no poder soportar el lamentable espectáculo de ver morir a sus hijos por falta de un médico o de ver envejecer a sus mujeres antes de cumplir los treinta.

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Había sido jornalero toda su vida pero era formal hasta el punto de resultar incluso fino. Ni siquiera recuerdo su nombre de pila; todo el mundo le llamaba señor Willis. Era un hombre con un horario tan regular como el tictac de un reloj. Lo primero que hacía por la mañana era descolgar su sombrero del cabezal de la cama y encasquetárselo en la cabeza; lo último que hacía por la noche era quitárselo y volverlo a colgar en el cabezal. Si querías verle sin el sombrero puesto tenías que pillarle dormido. Algo que jamás nadie había logrado porque se despertaba con las gallinas.
Dormía con un pedacito de tabaco de mascar en la boca, más o menos del tamaño de la goma de un lápiz, pues afirmaba con total convicción que tal método libraba al estómago de la aparición de gusanos. Cuando se encasquetaba el sombrero escupía el tabaco con el que había estado durmiendo y lo reemplazaba con la mitad de una mascada de tabaco de la marca Day's Work que permanecía en su boca el resto del día, salvo en las comidas. Aunque había ocasiones en las que supuestamente se le olvidaba y comía con todo aquel tabaco abultándole como un tumor en la parte derecha de la boca.


[Acuarela & A. Machado. Traducción de Javier Lucini]