miércoles, marzo 04, 2015

Por una canción, cien canciones, de Liao Yiwu


Recomendaré estas memorias carcelarias del poeta y escritor chino Liao Yiwu en Playtime (supongo que mañana colgarán el texto en la web), así que de momento os dejo con algunos extractos:

-Echa una mirada al paisaje –me dijo el policía acompañante–. Este viaje te llevará a un lugar aún más aislado del mundo exterior.
Me sentí hundido. Toda esperanza había desaparecido de mi corazón. Incluso el tiempo parecía haberse puesto en nuestra contra cuando el sol y las nubes enviaron una lluvia caliente, impetuosa que ensuciaba las calles con un tono plomizo. Apreté inconscientemente la nariz contra la ventana, como un niño obligado a permanecer demasiado tiempo en casa por enfermedad. Las mujeres de esta ciudad de montaña paseaban tranquilamente por las calles, algunas con paraguas y otras con la cabeza despreocupadamente al descubierto. Me sentía entumecido.
Dentro de mí bullía el impulso de hacer pedazos la ventanilla con los puños y luchar por escapar. Habría querido correr y encontrar un lugar donde esconderme bajo uno de aquellos paraguas. Mi espíritu vagaba por las calles, inconsciente de mis grilletes.

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Un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Había sabido por otros presos que esos infames calabozos, concebidos para los fugitivos o para quienes violaban gravemente las reglas de la prisión, eran conocidos como las "cárceles de la cárcel". Cada celda medía unos dos metros de largo, un metro de ancho y otro de alto. Una vez dentro no se veía la luz del día. Como un animal de cuatro patas, el preso sólo podía gatear, estar sentado o tumbado. Toda actividad estaba limitada a ese espacio diminuto, incluido el comer, hacer ejercicio y usar el váter. Después de un año ahí, la piel de los presos se volvía pálida y traslúcida, hasta el punto de que se podían ver a través de ella las venas azuladas, los huesos se volvían frágiles, y el pelo tan blanco como la escarcha.

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-La vida en la cárcel no es, en realidad, muy diferente de la vida fuera –añadió–. El círculo en el que estás encerrado es simplemente más pequeño.


[Sexto Piso. Traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas]