lunes, marzo 16, 2015

Madre noche, de Kurt Vonnegut


Me llamo Howard W. Campbell Jr. Soy norteamericano de nacimiento, nazi por reputación y apátrida por vocación.
Escribo este libro en el año 1961.
Lo dedico a Tuvia Friedmann, director del Instituto de Documentación de Criminales de Guerra, en Haifa, y a cualquier otra persona interesada.
¿Por qué podría interesarle este libro al señor Friedmann?
Porque lo ha escrito un hombre sobre el que recaen sospechas de que es un criminal de guerra.

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-¿Tenías copias de estas cosas?
-No; ni una línea.
-¿Ya no escribes?
-No ha ocurrido nada que quiera contar.
-¿Después de todo lo que has visto, de todo lo que has pasado, querido?
-Es precisamente todo lo que he visto, todo lo que he pasado, lo que casi me hace imposible contar nada. He perdido el don de escribir con sentido. Hablo una jerga incomprensible para el mundo civilizado, y el mundo me responde de la misma manera.

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-[…] ¿Ha dicho usted que lo arrestaron y lo juzgaron?
-Y lo fusilaron –dijo Wirtanen.
-¿Por plagio?
-Por originalidad. La acusación de plagio es el más imbécil de los delitos menores. ¿Qué hay de malo en escribir lo que ya escribieron otros? La verdadera originalidad es un crimen de primer orden que con frecuencia exige un castigo cruel e inaudito, antes del tiro de gracia.

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Confieso abiertamente una horrible carencia mía: todo lo que veo, oigo, siento, gusto o huelo es real para mí. Soy un juguete tan crédulo de mis sentidos que nada me resulta irreal. Esta férrea credulidad mía me ha acompañado siempre. Incluso en ocasiones en que he recibido un golpe en la cabeza o me he embriagado o hasta –una extravagancia pasajera, que no concierne a esta narración– bajo la influencia de la cocaína.


[Plaza & Janés. Traducción de J. C. Guiral]