jueves, febrero 19, 2015

Una vía para la insubordinación, de Henri Michaux


Una vía para la insubordinación es un brevísimo ensayo de Henri Michaux que publica Alpha Decay. Si descontamos la introducción de Javier Calvo, lo que nos queda es un texto de unas 60 páginas. Pero 60 páginas escritas con una prosa sutil, la propia de un artesano de las letras, repleta de pequeños estallidos que forman imágenes inolvidables en nuestra cabeza (Ahí donde se esperaban "ángeles", acampan demonios. / Lo que ha descubierto y llevado a cabo sería una física de la insubordinación y de la horripilación. / Quien se adentre lo bastante en sí mismo a duras penas logrará sortear al demonio…).

Dividido en cuatro partes, en la primera Michaux nos adentra en el poltergeist y sus manifestaciones: las víctimas habituales suelen ser muchachas que sirven de instrumento para una rabia que acaba explotando contra el entorno del hogar, que carecen de tensión en la cara aunque sean capaces de mover muebles sin pestañear, que ven la casa como una prisión autoritaria contra la que rebelarse desde dentro, desde la insubordinación interna; en la segunda, conocemos casos sobre lo que el autor llama "el adversario interior", esto es, una especie de doble (también denominada "demonio") empeñado en doblegar y maltratar a la personalidad dominante de un individuo; la tercera y la cuarta parte, que no llevan título, exploran algunos casos de hombres y mujeres que alcanzaron la santidad, pero pagando el precio de los demonios que acampaban a su alrededor.

Lo que el autor se pregunta es si todas esas exteriorizaciones, esos vínculos con un poder blasfemo y agresivo y violento, no serán sino desdoblamientos del propio individuo, huellas exteriores de una cólera irreprimible. Y por eso, y por la belleza de su escritura exacta, estamos ante un ensayo que motiva a la relectura. Algunos extractos:

No sabemos con exactitud qué es el poltergeist, tan sólo cómo se presenta: en una casa apartada, la mayoría de las veces en el campo, de repente algunos objetos empiezan a moverse solos, cajones que se abren, herramientas que se levantan, pesados arcones que cambian de sitio, no sólo los muebles pesados sino también los otros, potes, vasijas, calderos llenos que se desplazan varios metros por el aire sin que se derrame una sola gota, o bien una taza quieta que se parte en mil pedazos, en cambio una garrafa rueda escaleras abajo sin mellarse siquiera. Llueven piedras lanzadas desde no se sabe dónde, pedazos de teja que dibujan una trayectoria absurda, imprevisibles hasta el último momento. Las piedras pueden ir dirigidas contra uno u otro de los ocupantes, pero asimismo contra algún curioso, un vecino que se acercaba para ver: parece que lo van a golpear, pero frenan su marcha antes de alcanzarlo y apenas lo rozan.

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En la vivienda existe un reino de objetos preciosos, seleccionados por y para el adulto, que hay que respetar, algunos fabricados, construidos para el señor.
El niño, por naturaleza, no está para eso, no aprueba "sus" elecciones y "sus" muebles de lujo. No está hecho para construir sino para destruir, no para erigir sino para derribar, no para el canto sino para el berrido, la algarabía, el jaleo, para trastornar, para la estridencia, para dislocar, para revolver, para importunar, para arrancar, para romper. Tobogán, columpio: para él son el descanso, y no la butaca.

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Ahí donde se esperaban "ángeles", acampan demonios.

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En conjunto, los santos maltratados tuvieron sobre todo que hacer frente a la Violencia, mientras que las santas (legas o religiosas) lo hicieron al asco, el espanto y el horror. Más habitual era que se vieran atacadas por la repugnancia. Las forzaban a respirar miasmas y olores fétidos, hedores que les revolvían el estómago. Les arrojaban sustancias repugnantes, pringosas, pegajosas, excrementos. La suciedad era su drama, su punto flaco.
Tenían que soportar la presencia de inmundicias, de podredumbre, de estiércol.

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Quien se adentre lo bastante en sí mismo a duras penas logrará sortear al demonio; concebir sin demonio lo angélico o lo divino es carecer de experiencia.

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El "demonio" es una formación, una idealización casi siempre vaga que cada uno compone sin darse cuenta, con su tendencia característica a la oposición, sin percatarse de ello más que en momentos sumamente raros, causantes de grandes trastornos.


[Alpha Decay. Traducción de Alex Gibert y Jordi Terré]