lunes, febrero 16, 2015

La verde luz de las estepas, de Brigitte Reimann


Anoche llamó Kurt: "Haz la maleta, el martes volamos para Siberia. Una delegación del Consejo Central, tú escribirás. Ni excusas, ni plazo para pensárselo. Ruta: Moscú, Tselinogrado, Novosibirsk, Irkutsk, Bratsk, Moscú. Lleva un par de jerséis, en Siberia puede hacer frío. (Lo primero que se me viene a la cabeza al pensar en Siberia es frío). Y para que lo sepas desde ya: tienes que trabajar hasta caer rendida…".

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Comienzo a impacientarme, siento que estoy perdiendo el tiempo. Cortés y medio dormida, mordisqueando mi pollo, me quejé a mi estricto profe: me prometió "trabajo hasta caer rendida", y nos pasamos el día comiendo hasta caer rendidos. Reunió todas sus reservas de energía en una mirada. "La guardia muere, pero no se rinde". No sirvo para una carrera en el cuerpo diplomático. Sencillamente carezco del ánimo para cierto tipo de disciplina. ¿Por qué demonios he de pasarme cinco horas a la mesa, echando a perder mi estómago y sonriendo a diestro y siniestro? Y ahí fuera está Asia… Además, me hago reproches: si en su día no hubiese ido sorteando de mala gana la clase de ruso con un escueto aprobado, ahora podría charlar con Nikara o con el camarada Goz, que es tan humilde y discreto, pero que quizá, quién sabe, tenga una fragosa vida aventurera.

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Dormimos sólo cuatro horas, luego había que irse ya al aeródromo. Nos esperan dos días duros. Hoy por la noche sólo nos quedarán tres horas en un vagón litera, luego sigue el programa. No me extraña que a veces pierda los nervios. Me han llenado hasta tal punto de impresiones que por momentos siento algo parecido al embotamiento, como si estuviera colmada la medida, agotada la capacidad de asimilar. Ya apenas logro asombrarme. Ayer sólo tuve un instante de emoción cuando los obreros del aluminio en Chérejov nos entregaron una barra del primer aluminio fundido en Siberia. Detrás hay un trabajo inmenso, y es que aquí, donde ahora están la fábrica de aluminio y la ciudad, hace seis o siete años sólo había taiga, no hollada por pie humano alguno, y esos jóvenes vivían en tiendas de campaña y construían a cuarenta grados bajo cero. Hoy Siberia aportará un tercio de la producción mundial de aluminio. ("Misiles", me susurró Kurt).


[Errata Naturae. Traducción de Ibon Zubiaur]