viernes, febrero 13, 2015

Hollywood maldito, de Jesús Palacios


La idea de crear imágenes cinematográficas que influyan en quienes las ven es tan antigua, en realidad, como el propio cine. De una forma tácita e incluso, si se quiere, banal, esa es la propia naturaleza del cine y, en cierta medida, de todas las artes. Y si una película cambia la vida de sus espectadores –o de uno solo de ellos–, no cabe duda de que se trata de una buena película, nos guste subjetivamente o no. Sin embargo, hay un gran trecho entre esta función "natural" del cine y la de influir ocultamente, de forma sutil y malévola, en el público, llevándole a tomar decisiones, adoptar ideas e incluso llevar a cabo acciones concretas, opuestas a su carácter o que nunca habría desarrollado, de no estar bajo el influjo de estas películas. La capacidad de las imágenes en movimiento, especialmente las denominadas subliminales, para penetrar en las capas más profundas del cerebro y de la mente, alojando en ellas mensajes y conceptos que no podemos reconocer conscientemente, pero puede manipular tarde o temprano nuestro comportamiento, es bien conocida por todos.

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Pero si las películas de las que hablamos son filmes como Nosferatu, La semilla del diablo, El exorcista, La profecía, Poltergeist o El Cuervo, obras que tratan sobre el diablo, los vampiros, el Anticristo, los espíritus de los muertos o los fenómenos psíquicos, entonces su maldición resulta estar en plena y perfecta sintonía con su propio contenido. Se constituyen en películas malditas quintaesenciadas, pues son portadoras de una "auténtica" maldición sobrenatural, si creemos que tal cosa existe.

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Los filmes de los que vamos a hablar aquí conformar un grupo selecto en el que se funden y confunden realidad y ficción, mito contemporáneo y publicidad, maniobra comercial y desastre económico, creando un legado único dentro de la historia del cine.


[Valdemar]