miércoles, noviembre 05, 2014

John Fante, vidas y obra. Como un soneto sin estrambote, de Eduardo Margaretto


John no parece incomodarse demasiado, ya ha decidido que quiere ser escritor e incluso se atreve a pedirle trabajo a Mencken, que, aunque rechaza su propuesta con su elegancia habitual, lo anima a seguir buscando su camino: "Querido señor Fante", le escribe el 7 de agosto de 1930, "no se me ocurre ningún motivo por el que usted no debería tener éxito como escritor. Escribe de manera muy clara y sus experiencias le han proporcionado mucho material. […] Estaré encantado de leer cualquier cosa que escriba". Pero esas esperanzas literarias no son suficientes para calmar el hambre, ni para convencer a su familia. "Mis proyectos literarios. Mi prosa. Seguiré con mis esfuerzos literarios. Soy un escritor, ¿sabes?", le grita con insultante fanfarronería a su tío, que le recrimina sus pocas ganas de trabajar. "El instinto de la escritura siempre ha anidado en mí, aunque pareciese dormido".

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Sentirse escritor, creerse escritor, ser escritor, ahí encontraba la fuerza para ponerse en pie cada mañana y dejarse el espinazo en la conservera de pescado.

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Es la realidad que se convierte en ficción y la ficción que se transforma en realidad. En todas sus obras, Fante juega sistemáticamente a alterar vida y obra, a confundirlas, mediante la descripción exacta de ciertos hechos, la frecuente reiteración de sucesos y personas con variantes en cada una de ellas, la invención más novelesca que llega a convertirse en parte de la vida de Fante o su tenaz exploración de la ambivalente frontera que separa lo real y lo ficticio.

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Al Bezzerides, guionista que compartió muchas noches con Fante o Faulkner, va un poco más allá cuando afirma que nada tuvo que ver la industria cinematográfica con su carrera literaria y que la poca repercusión de su obra narrativa hay que achacarla a la indiferencia o la incomprensión del público e incluso de los editores. […] Tanta polvareda levantó y sigue levantando este dilema que el propio Fante, ya en 1972, con sesenta y tres años, analizaba la cuestión en una carta a su viejo amigo McWilliams: "Siempre me acusan de haber dejado de lado mi escritura por el brillo y el oro de Hollywood. Nadie de los que escriben sobre mi vida o reflexionan sobre ella se preocupa de considerar la cruda realidad de que yo tenía una familia que mantener, que tenía mujer, cuatro hijos y una casa. El hecho de que haya trabajado como guionista se interpreta como una especie de purga. En cambio, si hubiese trabajado en una gasolinera, o si hubiera sido albañil, la fascinación que habría provocado me hubiese hecho inmortal. Pero en el fondo, ¿a quién le importa? Escribir es como una enfermedad de estos tiempos. Ahora casi todos son capaces de expresarse".


[Editorial Alrevés]