jueves, octubre 09, 2014

Infinito. La historia de un momento, de Gabriel Josipovici


Tengo una pila, creo que ya lo he mencionado por aquí, de libros ya leídos, libros que quiero recomendar o de los que necesito copiar algunos extractos. De muchos de esos libros pretendo recoger tantas citas que, por falta de tiempo y a veces por agotamiento, voy posponiendo esa transcripción de la frase. Lo que ocurre es que los meses van pasando y entonces me doy cuenta de que recomiendo libros que leí el invierno pasado, o en primavera.

Infinito es uno de ellos (obsérvese, por cierto, la variación del título: la cubierta que muestro arriba es la que hay en la web de la editorial; pero en la edición definitiva, en la que tengo en mi mesa, falta la coma tras "Infinito" y se introduce el artículo "La"). De Josipovici me entusiasmaron Moo Pak y ¿Qué fue de la modernidad? En Infinito descubrimos la vida de un personaje por mediación de lo que cuenta otro personaje (su criado) sobre él, un poco a la manera del estilo de Thomas Bernhard, de quien yo creo que Josipovici es discípulo, aunque su tono esté más próximo a la filosofía que a la rabia. A estas alturas ya se habrá escrito bastante sobre esta novela, así que me detengo aquí y copio esos fragmentos que me interesaba rescatar, y que están traducidos por Juan de Sola, que es uno de los grandes:

Debemos volver la espalda al mundo, como los sabios hindúes han sabido siempre, decía, porque el mundo nunca podrá cumplir las expectativas que tenemos de cómo debería ser el mundo.

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Cuando muramos, Massimo, decía, deberíamos procurar no dejar el caos. No sería justo para los que vienen detrás. No, decía, deberíamos dejar esta vida con todo ordenado. Todo debidamente etiquetado y clasificado. Nosotros nos convertiremos en polvo, decía, pero la música va a perdurar. La música genuina perdura siempre, decía, igual que la música no genuina se marchita y muere enseguida, aunque en vida del compositor le reportara fama y riqueza. Un músico de verdad tiene un deber para con la música, decía. Si cree en la música, entonces tiene que creer que esta perdurará una vez él haya muerto.

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No hay nada más deprimente, decía, que tratar de poner orden en el caos que han dejado los difuntos. No hay nada más deprimente que registrar los armarios de los difuntos y separar la ropa que será para la familia, aquella que podrá darse a una organización benéfica y aquella que puede tirarse. No hay nada más deprimente que revisar baúles de cartas y papeles viejos con la vana esperanza de que aparezca algo de interés.

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Cuando una mujer te deja, Massimo, decía, es como si el mismísimo mundo te hubiera dejado. Por un momento es como si no te quedara mundo en el que vivir. Cuando me dejó, decía, no podía ir a mi estudio, no podía mirar mis partituras. Tenía miedo de salir y tenía miedo de quedarme en casa. ¿De qué tenía miedo? De mis pensamientos. De la intensidad de mis sentimientos hacia ella.

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De asombro, Massimo, dijo, sin asombro la vida no es nada. Sin asombro somos hormigas. Todo lo que nos rodea es motivo de asombro, Massimo, dijo. Una mujer. Su codo. Su muñeca. Un árbol. Sus hojas. Su olor. Un sonido. Un recuerdo. Y la persona que puede ayudarnos a asombrar es el artista. Por eso el artista es sagrado, dijo.

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Lo que importa es el reloj espiritual que uno lleva dentro, no las condiciones físicas del exterior. Un hombre que sepa ajustar su reloj espiritual, Massimo, dijo, es un hombre que sabrá lidiar con el mundo. Es un hombre que sabrá sacar el máximo partido de sus posibilidades.

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Nuestras madres nos ayudan a mantenernos en pie, Massimo, dijo, y luego nos ayudan a caminar. Pero un día, cuando las madres ya no están, descubrimos que ya no nos tenemos en pie. Que ya no podemos caminar.

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No es lo mismo estar solo a los veinte que estar solo a los cuarenta, decía. A los veinte estás solo porque no has encontrado todavía a la persona indicada. Pero a los cuarenta estás solo porque has entendido que la vida en pareja no es para ti. Es un descubrimiento doloroso, decía, pero también liberador.

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Escribiré una obra en su memoria, dijo. No sé qué forma cobrará, pero sé que voy a escribir algo. Escribir será mejor que llorar, dijo. Será mejor que sentir todo el tiempo su ausencia como una herida en mi cuerpo. Escribirla me permitirá vivir con él y hablarle, aunque ya no esté aquí.


[Cómplices Editorial. Traducción de Juan de Sola]