La intención de este libro no es reivindicar la pureza original de la "cultura alternativa", soñando con volver al momento anterior a que llegaran las grandes corporaciones a corromperla y vaciarla de sustancia.
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Uno de los estereotipos más potentes relacionados con la escena indie o alternativa es el gafapasta. La expresión alude al cinéfilo, que adora Lost In Traslation pero detesta las comedias románticas de Tom Hanks y Meg Ryan, aunque no haya grandes diferencias entre ambas. O quien rechaza por completo el discurso político del director de cine Michael Moore porque ha cometido el imperdonable atentado estético de usar voz en off.
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Lo que calificamos como hipster, cultureta o gafapasta no está tan lejos de la "mentalidad del señorito" de toda la vida. Páginas web como Jod Down, subtitulada "Contemporary cultura magazine", muestran a la perfección ese tono altivo del licenciado en periodismo que sabe más inglés que la media y no está dispuesto a que lo olvidemos en ninguno de sus párrafos.
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Es sensato celebrar la democratización de los medios para producir arte, pero no la epidemia de "yoísmo" que conlleva. Cada menor de cincuenta años se ha convertido en programador de radio, curador de fotografía y crítico cultural (aunque sea escogiendo nuestros filtros favoritos, compartiendo nuestras listas de reproducción musical y manejando nuestros blogspots). Andy Warhol dijo que en el futuro cualquiera podría ser una celebridad durante quince minutos. Twitter, Facebook e Instagram han conseguido algo parecido: que todos seamos famosos para quince personas.
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Que el cine más "especial" se utiliza como mecanismo de distinción es algo que se puede deducir de las entrevistas de los propios directores de culto. Por ejemplo, de esta respuesta de Isaki Lacuesta, cineasta muy respetado por los "modernos": "Con Los condenados, por ejemplo, lo vi muy claro. Cuando se proyecta en las salas de cine no va nadie. Luego, a la semana siguiente, se pasa en un festival o en un museo de arte contemporáneo, cobrando el mismo precio de entrada que la sala de cine, y se llena, o incluso se queda gente en la calle". Las lógicas del "evento" mandan en el público hipster tanto como en la industria cultural mainstream.
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¿Por qué nos hacemos hipsters?
Antes de responder a la pregunta que titula este capítulo, hay que solventar una cuestión previa: ¿cómo es posible que siga triunfando la cultura hipster en un país asolado por el empleo precario y con un paro juvenil del 53 por ciento? La respuesta es que estamos ante una opción de vida elitista, pero no tan cara como parece. Si tienes conexión a Internet en casa, servicios musicales tipo Spotify te salen gratis, además de que puedes consultar las webs de tendencias y bajarte todas las películas y series que te apetezcan desde cualquier servicio de intercambio de archivos.
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Evgeny Morozov, especialista en política y tecnología, explica que el régimen actual es una mezcla de 1984 (George Orwell) y Un mundo feliz (Aldous Huxley). Para las cuestiones cruciales (austeridad, orden público…) rige un estricto autoritarismo, mientras para todo lo demás se ofrece hedonismo participativo, siempre regulado por el mercado. Las estampas las tenemos delante todos los días: partidos del Mundial entre cargas policiales, festivales cool a dos kilómetros de protestas sociales y raperos del gueto como Jay-Z convertidos en iconos del turbocapitalismo, mientras en los barrios negros pobres estallan las revueltas.
[Capitán Swing]