jueves, agosto 14, 2014

La cama pintada, de Donald Hall



Un par de meses atrás recomendé aquí Without, el sobrecogedor poemario que Donald Hall escribió tras la muerte de su mujer, la poeta Jane Kenyon. La cama pintada es una especie de continuación de aquel libro, o mejor dicho: un poemario que complementa a Without. Aunque hay diferencias: los poemas ya no se centran en la enfermedad, sino en el tiempo posterior al funeral, en "la vida después de la muerte", como se titula una de las partes del volumen. También hay momentos en los que el poeta recuerda su vida junto a ella, o poemas muy extensos en los que se mezcla el pasado con el presente para hablarnos de la infancia del autor, de la casa en la que vivió junto a ella, de la naturaleza y de cómo todo se va marchitando tras una ausencia. Aquí, sin embargo, hay cierta esperanza, simbolizada en los poemas del último apartado, en los que Hall cuenta sus aventuras sexuales, y cómo se va recobrando tras la pérdida al renacer el deseo. El primer verso del último poeta, no obstante, golpea: Envejecer es perderlo todo. Como golpean estos versos de la parte central: Piensas que la muerte / de ellos es lo peor / que te podía pasar. // Y además no resucitan.

SILLA PLEGABLE

La última vez que Jane se mostró en público
fue en el funeral de nuestro primo
Curtis, muerto con tres días
en los brazos de su madre.
Yo llevaba una silla plegable
y Jane se agarraba firme
mientras cruzábamos por el hielo
con el viento más frío del año
hasta la tumba del niño.
Jane se sentó tiritando, con lágrimas,
pálida y envuelta en abatimiento
y lana. Nuestros vecinos
y nuestros primos nos saludaban con la cabeza,
nos sonreían y desviaban la mirada. Sabían
quién los iba a reunir allí la vez siguiente.

**

LA LABOR DE LA MUERTE

Me despierto cuando el perro gime. Me pincho
el dedo. Me inyecto insulina.
Me coloco la dentadura.
Me fumo un cigarrillo.
Me inquieto y me estremezco.
Le doy de comer al viejo perro. Escribo versos
sobre la autocompasión. Me traen el Boston Globe.
Bebo café. Me como un bagel. Leo
apresuradamente.
Me fumo un cigarro.
Nunca me olvido
de comparar mi paciencia con la del Santo Job.

Alargo la tarde.
Paseo al perro. No escribo.
Apago la luz.
Me fumo un cigarrillo
mirando el crepúsculo.
Espero a que salga la jodida luna.

Caliento la lasaña. Paseo y maldigo.
Bebo oporto
para resistir la soledad.
Me fumo un cigarrillo.
Duermo. Sudo.
Tengo pesadillas hasta que el perro gimotea.

**

EL TACTO

Los meses de ausencia se van ligero.
En sueños toco su piel
y me despierto al amanecer, furioso
una vez más de saber
que era su almohada
lo que emulaba el roce de una muerta.

**

SOL

Los dos lo vivimos: Aquel día fue una isla,
colmada de rocas y faros y amantes,
en el océano espléndido. En el continente
las gentes se dedicaban a sus asuntos, engullían
el Times, mirando por encima del café y del pan de avena,
mientras que nosotros subíamos por la pasarela
hacia un sueño particular de satisfacciones, como si la dicha de un día
pudiera unirnos tanto como el dolor,
como si el rompeolas fuese un banquete sin
saciedad, como si pudiéramos pasear cogidos de la mano
sin nadie alrededor, como si el silencio y el viento
azul se convirtieran en una cala atlántica en la que bañarse,
y el aire se transformara en pequeñas mariposas
color púrpura revoloteando entre las flores de la maleza.
Cuando volvimos a los cafés de la ciudad ya anochecida
nuestra intimidad se vio colmada rodeados de desconocidos.


[Valparaíso Ediciones. Traducción de Juan José Vélez Otero]