martes, junio 17, 2014

Robert Walser. Una biografía literaria, de Jürg Amann


Los libros que versan sobre Robert Walser son tan interesantes como su vida y su obra, o a veces incluso más. Pensemos en Paseos con Robert Walser (de Carl Seelig), en El paseante solitario (de W. G. Sebald), o en éste que nos ocupa, Robert Walser. Una biografía literaria (de Jürg Amann). Porque Walser era un personaje fascinante, porque su obra (minuciosa, obsesiva) también lo era, lo es.

Pero Jürg Amann ha optado por darle voz al propio Walser. Así como hay biografías orales, en las que el biógrafo recoge los testimonios de otros (se me ocurre, por ejemplo, El libro de Jack. Una biografía oral de Jack Kerouac), y hay biografías clásicas en las que el biógrafo es casi el único autor (se me ocurre la maravillosa J. D. Salinger. Una vida oculta de Kenneth Slawenski), en esta ocasión predominan las palabras del personaje estudiado. Para hacerlo de esa manera, Amann ha recopilado numerosas citas de la obra de Walser, recogidas de sus novelas, de sus relatos, de sus cartas, de sus conversaciones… Todas ellas, junto al magnífico álbum de fotografías intercaladas entre las páginas, nos ofrecen un memorable perfil del poeta y escritor. Memorable aunque imperfecto, pues creo que nunca sabremos a ciencia cierta quién era de verdad Robert Walser: un hombre tan misterioso como la letra de sus microgramas.

Aunque Amann sólo aporta unos breves apuntes a cada capítulo, su aportación es magnífica. Así arranca el libro: Empieza a escribir a los quince porque la vida ya se le antoja insoportable. O a los catorce, o a los diecisiete, o tal vez algo más tarde, es imposible precisarlo a posteriori, y tampoco hace al caso. Jürg Amann sabe retratarlo con apenas unas frases; por ejemplo: Pero en todos aquellos trabajos su verdadera labor no es aquella por la que le pagan, sino, seamos francos, soñar. Soñar y pensar y divagar. La poesía. Porque, mientras pasa a limpio facturas o escribe aburridas y prolijas misivas que le importan un comino, o una estadística que no aumenta ni un ápice la comprensión del mundo, en realidad idea poemas. 

Me quedo con otro fragmento de Jürg Amann antes de pasar a las citas pertinentes del propio Walser. Dice así: ¿No consiste la escritura precisamente en aplazar el mayor tiempo posible lo importante, lo que uno desea decir a toda costa, y en lugar de eso escribir de algo que a uno le parece del todo irrelevante? ¿En obstruir continuamente con la escritura el acceso al escritor?

Y ahora veamos unos extractos incluidos en el propio libro; entre paréntesis, la procedencia:

Sí, qué bueno es estar enfermo. Te tratan con mimo. Te miran con preocupación. Un enfermo es objeto de gran atención. Eso resulta muy halagador (Felix-Szenen, 1924-1925).

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Los auténticos poetas son siempre personas inteligentes que saben de sobra que requieren valentía para soportar la falta de respeto a la que se exponen por ser lo que son, o sea poetas […] (Pintor, poeta y dama, 1917).

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En lo que concierne, por ejemplo, a la relación con los editores, reina en cierto sentido una inseguridad casi epidémica, patológica, enfermiza. Uno, por ejemplo, envía a un editor, es decir a una persona que en principio presume de tal, un lote de manuscritos, y él deja de proporcionar noticias. Uno tiene la impresión de que todas las direcciones imaginables encierran trampas para ratones o para lobos, es decir grupos de interesados que sólo intentan engatusarte para vengarse de algo (A Resy Breitbach, 1927).

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¿Acaso escribir no consiste sobre todo en rondar o vagar en torno a lo esencial, como si merodear alrededor de una especie de papilla caliente fuera algo magnífico?
Al escribir uno siempre posterga algo importante, algo que quiere destacar a toda costa, mientras habla o escribe sin cesar de algo distinto que es completamente secundario (La papilla caliente, 1926-1927).

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En medio del avance ininterrumpido, me apeteció detenerme (La carretera I, 1919).

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Yo estaba ahí parado, no me apetecía avanzar. Si caminaba, me obligaba a detenerme, y cuando me detenía, me apresuraba a reanudar la marcha (Marcha vespertina, 1915).


[Ediciones Siruela. Traducción de Rosa Pilar Blanco]