sábado, marzo 15, 2014

La casa del hambre, de Dambudzo Marechera


No conocía a este escritor. En Sajalín Editores nos están descubriendo a muchos autores interesantes y/o potentes que habían permanecido en la sombra (al menos en España). Como suele ocurrir con los escritores de esta editorial, la vida del autor es más novelesca de lo habitual: os remito a la solapa del libro o a la web de Sajalín. Marechera murió a los 35 años, “de una neumonía tras serle diagnosticado SIDA”.

Esta obra, galardonada y aplaudida en su momento, no sólo contiene un texto, sino varios (la traducción, espléndida, es de María Fernández):
“La casa del hambre” ocupa la mitad del libro y podríamos calificarlo de novela corta, y es, sin duda, la mejor narración del libro, plagada de miseria, actos violentos, prejuicios racistas, mujeres apaleadas, policías que torturan… El protagonista ya viene marcado por un padre que no duda en apalizarlo, y de ello os dejo un fragmento que me recuerda un poco a Charles Bukowski cuando rememora las hostias de su viejo:

Cuando regresé, padre estaba sentado a la mesa masticando despacio, tan pensativo como un elefante viejo. Madre le estaba contando lo de las libretas. Él ni me miró. Me senté en el suelo lo más lejos posible de ellos y me dediqué a comerme el bocadillo mientras hojeaba los cuadernos de Harry. Una silla crujió. Me puse tenso. Clavé mi mirada glacial en el suelo, en los cuadernos. El golpe me arrancó los incisivos. El golpe mandó el bocadillo a la otra punta del cuarto. Se frotó los nudillos concienzudamente y me miró como el que descubre una cucaracha en una tienda gourmet. Me lancé contra él, pero me agarró por la frente con su largo brazo de tal modo que las sacudidas de mis manos y mis patadas coléricas ni siquiera lo rozaron. Me mantuvo así hasta que estuve tan cansado que no podía ni moverme. Luego, de un empujón, me tiró a una esquina, encima de las libretas. Las manché de sangre.
Tenía nueve años por aquel entonces.

A continuación siguen 11 relatos breves que protagonizan los mismos personajes. Son como pequeños episodios que complementan la novela central. En todos ellos hay fuerza, hay esa contundencia que ya es marca de la casa de la colección “Al margen”. Os copio una frase del relato “Miedo y asco a salir de Harare”:

A un novelista le resulta difícil justificar una dedicación exclusiva a su máquina de escribir cuando está rodeado de miseria y de la cruda realidad que deja tras de sí el conflicto armado.

Y, finalmente, el volumen incorpora dos pequeñas gemas: “Una entrevista consigo mismo” y un post scriptum de 1984, muy breve. De ambos os dejo algunos extractos:

También teníamos el vertedero donde tiraban la basura de los barrios blancos de la ciudad; una pequeña ciudad muy estrecha de miras, muy racista. Rebuscaba en la basura con otros niños: tebeos, revistas, libros, juguetes rotos, cualquier cosa que nos sirviera para matar el tiempo en el gueto. Para mí lo más importante era encontrar algo que leer. Mis primeros libros fueron precisamente los que los blancos racistas radicales de Rusape leían por entonces.

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Para un escritor negro, la lengua es muy racista; hay que librar batallas desgarradoras y batirse en espeluznantes duelos a machete con el idioma para que haga exactamente lo que quieres que haga. A las feministas les pasa igual. El inglés es de hombres. Por lo que las escritoras feministas tienen que adoptar las mismas tácticas. Esto puede implicar deshacerse de la gramática, desbaratar la sintaxis, minar las metáforas desde dentro, tocar el tambor y los címbalos del ritmo, crear cámaras de tortura de ironía y sarcasmo, hornos de gas con una resonancia negra ilimitada.

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Nos bombardean constantemente con la idea de que un escritor siempre tiene que ser positivo. Un escritor forma parte de la sociedad, se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor, ve la pobreza a diario. ¿Cómo se puede encubrir la pobreza?


[Sajalín Editores. Traducción de María R. Fernández Ruiz]