viernes, febrero 14, 2014

Nebraska



Nebraska es, desde mi punto de vista, la mejor película de Alexander Payne, algo que tenía difícil con peliculones previos como Entre copas y Los descendientes. Es la más sobria, la más medida y ajustada, la más lírica, tal vez la más emotiva.

Es un filme en el que todo (la música, los diálogos, la planificación, las interpretaciones, el montaje…) está medido milimétricamente, en el que no sobra ni falta nada. Empezando por la extraordinaria fotografía en blanco y negro, que realza las arrugas de un impresionante Bruce Dern y vuelve más árido el paisaje, y siguiendo por el humor que logra suavizar la tragedia que nos están contando. Porque de eso va Nebraska: de la tragedia que, en el fondo, supone envejecer, marchitarse, empezar a desvariar o a tener fantasías extrañas y sueños imposibles antes de morir; pero también va de cómo quien tuvo una juventud jodida es muy posible que deba afrontar una vejez jodida. Porque el personaje arisco de Bruce Dern, que en principio parece un “viejo chalao”, poco a poco se va desnudando ante el espectador, no por lo que dice él, sino por lo que otros cuentan de él: era una persona distinta que tuvo una vida dura y estuvo en la guerra y lo que queda hoy, de él, es el desencanto, el aburrimiento y un pasado al que no le gusta mirar. Algo que también sucede con June Squibb, quien interpreta espléndida, rotundamente, a su mujer.

En los personajes principales de Nebraska conviven tres puntos de vista: cómo los ve el espectador, cómo se ven a sí mismos, cómo los ven otros personajes. La trama es sencilla y une el género del viaje por carretera con el costumbrismo de quienes regresan a su lugar de origen: un anciano medio alcoholizado cree que va a cobrar un millón de dólares en Lincoln, Nebraska, y se empeña en ir, aunque sea a pie (testarudez que nos remite a David Lynch y Una historia verdadera); pero sus hijos saben que es una estafa, y puede que incluso el propio viejo lo sepa, sólo que ese viaje, ese dinero, encarnan un sueño y simbolizan un cambio.

Mientras la veía, no pude dejar de pensar en las conexiones o paralelismos de Nebraska (la mejor película de Alexander Payne) con La hermandad de la uva (la mejor novela de John Fante): ambas comparten un regreso a los orígenes, un hijo que intenta ayudar a su padre bebedor y testarudo (al que no sabe si amar u odiar), un sueño que mantiene en pie al viejo, una cuadrilla de personajes secundarios chocantes, y un humor que hace soportable el drama. No sé si entre las intenciones de Payne está el homenaje a esta novela. Si algún día alguien decida adaptarla al cine, él será el director ideal.