Es una ciudad que siempre se destruye y siempre se regenera, que se devasta y se renueva, adquiriendo su textura histórica a partir de las aspiraciones provisionales del transcurso de las generaciones; es un mito perdurable, así como una realidad fugaz, un escenario de muchedumbres, rumor y olvido.
Ésta es una de las definiciones más acertadas del voluminoso libro que Peter Ackroyd le dedicó a esta ciudad (que compré en una caja que también incluye su Londres bajo tierra, ya comentado en este blog). El verano pasado estuve una semana en Londres y éste fue uno de los dos libros que metí en el equipaje. Lo he estado leyendo desde entonces, a ratos, según me apeteciera. Es una obra notable, un ensayo que nos descubre cada rincón de aquella ciudad y cada episodio histórico que merezca la pena ser narrado. Ackroyd nos habla de sus ríos, de las muchedumbres, de la gastronomía, de los crímenes, de los bombardeos, del teatro, de la arquitectura, de los barrios… En fin, aquí cabe casi todo, desde el punto de vista tanto histórico como urbano. Quizá mis pasajes favoritos sean aquellos en los que nos cuenta y nos describe cómo era la chusma de antaño, cómo la miseria era habitual en las calles y deparaba enfermedades y calles inundadas de barro y mierda. Porque Peter Ackroyd no es un mero consignador o alguien que se conforme con recopilar datos e historias: su estilo de escritura es preciso, y por ello se agradece la lectura; esto es obvio: de no escribir así, estaríamos ante un manual del instituto y nos aburriría en las primeras páginas.
El autor lo publicó en el año 2000, así que este siglo ya no entra (y, en cuanto al s. XX, Ackroyd se detiene tras la recuperación de la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial). Esta "biografía" de Londres es el mamotreto ideal para sumergirse en una ciudad fascinante. Lo malo es que las últimas páginas ya me pesaron (y, además, el tamaño del libro es considerable, tanto a lo alto como a lo ancho), lo cual suele ocurrirme con unos cuantos tochos, como un par de capítulos de Los miserables o las 200 últimas páginas de El plantador de tabaco (páginas, insisto, que pesan tanto como si nos tocara caminar con el autor subido a hombros). Empecé con una definición del autor sobre la ciudad y os dejo con otra:
Londres supera cualquier límite o convención. Comprende cada deseo o palabra que alguna vez se haya pronunciado, cada acción o gesto realizados, cada afirmación cruel o noble expresada. Es ilimitable. Es la ciudad infinita.
[Edhasa. Traducción de Carmen Font Paz]