viernes, diciembre 13, 2013

El mar interior, de Philip Hoare


Hace unos años recomendábamos aquí el primer libro de Philip Hoare publicado en España: Leviatán o la ballena. Las historias reales que recopilaba el autor en aquel ensayo, fruto de sus viajes, sus lecturas y sus investigaciones, nos dejaron con ganas de más. Hoare tiene un toque Sebald (esa mezcla de textos, fotografías, citas, dibujos…), algo que a mí particularmente me seduce mucho.

Si en Levitán… nos hablaba de la historia de las ballenas y de la literatura sobre las mismas, en El mar interior nos encontramos también con ese interés primordial por los cetáceos, pero en este volumen va un paso más allá: nos habla de las aves, de los nativos de algunos parajes remotos e incluso de la historia de hombres célebres en su tiempo (pintores, viajeros, poetas, científicos, capitanas de barco, aventureros, etc.). Philip Hoare nos cuenta, entre el ensayo y la memoria, sus viajes por el mundo, lo que ha visto y lo que ha experimentado, y lo hace mediante su clasificación de los mares (que dan títulos a los capítulos): el mar suburbano, el mar interior, el mar del sur, el mar del vagabundo…

Algo que me gusta de Hoare, además de su prosa y de la manera en que engarza todo este abundante material que maneja después de haber recorrido el mundo, es que no se trata de una especie de pelma salido de una ONG, sino de un hombre en plena comunión con la naturaleza, y esa naturaleza implica la aceptación y el respeto por los animales. Esto se explica sutilmente en los primeros pasajes: Hoare tiene la costumbre de lanzarse al mar poco antes del alba, sea invierno o verano, y, en esos baños en los que el frío le entumece los músculos, a veces nada junto a los animales; también lo hace cuando está metido en alguna expedición y puede saltar del barco para bucear entre los delfines. Su respeto hacia las criaturas es absoluta. 

En sus viajes no quiso perderse nada, ni siquiera la visión brutal de la autopsia de un cetáceo:

La muerte barre el miedo y deja sólo la belleza. Me siento culpable fotografiándolo, invadiendo de esa forma su privacidad; un animal fuera de su elemento y dispuesto sobre una mesa de frío metal, en lugar de estar suspendido en el agua. Las imágenes que tomo son de estilo forense; supongo que ése es el aspecto que tenía mi cuerpo cuando me han fotografiado con propósitos científicos. Tomo una última imagen del animal, cuya integridad está a punto de ser destruida.

Espero que sigan traduciendo los libros de Philip Hoare, con los que se disfruta mucho. Os dejo con un fragmento del último capítulo (no desvelo nada porque insisto en que no es una novela, sino una mezcla de libro de viajes y autobiografía):

Estoy cansado de viajar, de mis bermudas raídas y manchadas de aceite y gasolina, de camisetas lavadas a mano, de estar lejos de mis amigos y de mi familia, a una docena de zonas horarias de distancia. No es tanto nostalgia como sentir que no tengo hogar, especialmente en este extraño lugar que me resulta tan familiar, ordenado como mi propia casa, pero que se encuentra en el extremo de lo salvaje. Y por encima de todo, me siento abandonado, como siempre me he sentido.
Mi cuaderno de notas descansa en la mesita de noche de mi habitación. Allí está todo, invertido entre sus páginas: las postales y las hojas secas y los recibos que guardo, los pedazos de piel de ballena, los esbozos de plantas y animales desconocidos. En ausencia de todo lo demás, esto es mi hogar, mi vida entre espirales y tapas de cartón negro, el ancla que suelto en los mares por los que navego.


[Ático de los Libros. Traducción de Joan Eloi Roca]