martes, octubre 08, 2013

Vintage, de Marta Sanz


Si mi padre muere
–antes  de tiempo–
juro convertirme
en una mala persona.

No habrá plazos razonables.

Ya me noto
en el vórtice
de la
respiración
la bola
de la
maldad.

Asfixia de animales disecados.
Polvorienta maraña.

Si mi padre muere,
juro.

Siento la sosa gris
que me corroe la piel,
pongo muecas,
asisto a mi metamorfosis:
seré un monstruo
que mastica niños
al salir la luna.

Si mi padre muere,
juro
convertirme
en una mala.

**

Es una suerte
acostarse
cada noche
con los miembros intactos,
las intactas falanges,
las mamas, los ojos.

Sin haber sido víctima
de una amputación.

No tener que recordar
el dedo que falta.
El dolor indeleble
del corte
de una fantástica cola
que nace
quebrando las vértebras.

La bola de cristal
que ha hecho nido
debajo de tus párpados.

La rodilla
que muge
cuando el tiempo es húmedo.

Los rebeldes animales
de nuestro propio cuerpo.

**

7. Cuando informo sobre el caso de mi padre, la gente se pone a hablar de sí misma. Es increíble la cantidad de gente que conoce la gente. La cantidad de gente conocida que está enferma. Serán las antenas de telefonía. Los choco-crispis. Los materiales con los que se levantan las casas. El agua de grifo. Algunos amigos se evaporan cuando aparece la enfermedad. Por temor al contagio. A que llegue a alcanzarles esa mancha que, una vez se ha manifestado, como mucho, se atenúa en mal menor, en dolorcillo crónico. Es increíble lo mucho que hemos aprendido, en los últimos tiempos, sobre la perversidad de la quimioterapia, sobre cómo aliviar la náusea y la aguadija. Sobre las hemorroides y el inexpresivo, ausente, ademán de mujeres que se han quedado sin cejas. Sobre un caso que conocieron y por cuyo desenlace no me atrevo a preguntar. Aunque parece que están deseando contármelo. Veo cómo les asoma un gusano de seda por un agujero de la nariz.


[Bartleby Editores]