martes, junio 18, 2013

Crematorio, de Rafael Chirbes


Es el verano. La mesa está puesta. Nadie puede recordar eso. Sólo yo. Y cuando yo no lo recuerde, habrá dejado de existir. Silvia conoce el jardín, la balsa, tendrá otros recuerdos, recuerdos parecidos (las infancias se parecen), pero no este recuerdo, no esa decoración vegetal, esas palabras dichas ese día, en ese lugar, el fondo asmático de la respiración del aire entre los árboles, el fragor de la copa del viejo eucaliptus formando un rugoso telón sonoro. Lo pienso, y me parece un despilfarro: haber vivido y luego dejar de vivir. Haber grabado todo eso en algún lugar y luego cubrirlo para siempre.

**

El mal, cuando ve el miedo, empieza a relamerse, a pasarse la lengua por los labios, a chupetear. Si no hay miedo, si no lo temes, el mal se aburre.

**

El único animal que ríe y sufre es el ser humano, el único que gime mirando hacia el futuro, nadie más, ni mineral, ni planta, ni animal, el miedo es la visión del futuro y nadie más piensa en el futuro, sólo el hombre, calcular su futuro, el animal no calcula el futuro, y el futuro, el miedo al futuro, es la raíz de todo sufrimiento.

**

Si encuentras la tristeza dentro de ti, cualquiera puede hacerte daño.

**

Los hijos creen que conocen a sus padres; pero, cuando crecen, sus padres ya llevan media vida vivida.

**

Así es la vida. Uno acumula saber como las urracas, oye miles de discos, lee libro tras libro, ve cientos de programas de televisión, hojea millones de revistas a lo largo de la vida, piensa, se informa, y luego se muere, y seguramente, si le queda un hilo de lucidez, piensa también en todo el tiempo que ha perdido. Y en que seguramente ese tiempo perdido es lo que ha ganado.


[Editorial Anagrama]