En uno de sus más extraños (y originales) libros Coetzee
nos muestra los últimos años de la escritora (inventada por él, pero
seguramente inspirada en sí mismo) australiana Elizabeth Costello, una mujer
que aún debe vivir a la sombra de uno de sus primeros éxitos, pese a la
trayectoria literaria que ha tenido luego. El procedimiento de Coetzee consiste
en hacer recorrer a su personaje varios países del mundo, invitada en cada uno
de ellos a dar una conferencia. Esas conferencias suponen una escuela de
aprendizaje: sabemos más de Costello, aprendemos literatura y humanidades y
estamos de acuerdo en algunos puntos y en otros no.
Pero la gran habilidad de Coetzee no consiste sólo en ser
original. Su habilidad, como siempre, reside en su manera de contar una
historia, que nos engancha enseguida, y en la frialdad emocional con la que
pinta a sus personajes. Los personajes de Coetzee suelen ser contradictorios,
suelen estar en tensión entre ellos, a veces hay una falta de comunicación
entre esos personajes, y las más de las veces se trata de una falta de entendimiento.
Hay algo gélido en sus libros, una especie de falta de esperanza, como si todos
sus héroes y antihéroes aceptaran la tragedia de la mortalidad y estuvieran
resignados a pasar la vida, el trago, como buenamente puedan. Siendo éste un
gran libro del autor sudafricano, a mi juicio pierde algo de interés en el
último capítulo.
Este párrafo nos enseña un poco más sobre el método de la
escritura:
El vestido azul y el
pelo grasiento son detalles, señales de un realismo moderado. Suministra los
detalles y deja que los significados emerjan por sí mismos. Un procedimiento
del que fue pionero Daniel Defoe. Robinson Crusoe, náufrago en una playa, mira
a su alrededor en busca de sus compañeros de barco. Pero no hay nadie. “Nunca
los volví a ver, ni vi otro rastro de ellos –dice– que tres de sus sombreros,
una gorra y dos zapatos desparejados”. Dos zapatos desparejados. Al estar
desparejados, los zapatos dejaban de ser calzado y se convertían en pruebas de
la muerte, arrancados de los pies de los ahogados por los mares espumeantes y
arrojados a la orilla. Nada de grandes palabras, nada de desesperación,
simplemente sombreros, gorras y zapatos.
[Traducción de Javier Calvo]