EL GRITO
Munch tenía razón.
Hay que dejar
que el arte
se pudra
bajo el sol,
bajo la lluvia,
empaparlo
de sangre
y estiércol,
hay que dejar
que los insectos
defequen
en el mármol,
devoren
los lienzos,
que el arte
vuelva
a la tierra
como
nosotros.
Munch tenía razón.
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EN LA NOCHE
Cansada de vigilar
la máscara, la mujer
se sienta al final
del día frente al espejo.
Una a una va
quitando las arrugas,
las líneas amargas
que cercan la boca,
eleva los párpados,
limpia con un paño
húmedo las canas,
levanta los pechos,
sacude del cuerpo
los kilos de más.
Luego se acuesta en
la cama, a llorar.
Se pregunta por qué
no viene a acunarla
su madre. Es tan
joven, está tan desnuda
y tiene tanto, tanto
frío.