En Sajalín acaban de publicar El lagarto astronauta, el segundo volumen de relatos de humor del
australiano Kenneth Cook, del que ya nos habían ofrecido el primero, el
divertidísimo El koala asesino (ya
recomendado en este blog), y del que pronto editarán el tercero y último: El canguro alcohólico.
Si la anterior entrega, como digo, era divertidísima, los
relatos de El lagarto astronauta no
se quedan cortos. Cook cuenta experiencias de primera mano, todas relacionadas
con los animales salvajes (búfalos, tiburones, wombats, hurones… que se comportan
de manera muy distinta a cómo los pinta el folklore local) y con los aborígenes
y los bebedores y cazadores australianos. Y en todos los cuentos uno se echa
unas cuantas carcajadas. Una de las habilidades humorísticas de Cook consiste
en ridiculizarse a sí mismo: en cada historia nos recuerda su cobardía, su
sobrepeso, sus numerosos miedos y sus fobias, su escasa agilidad, su nula
destreza… Pero luego está el retrato de los personajes locales: hombres
estrafalarios y medio locos que siempre hacen apuestas descabelladas y que
convidan a un trago que nadie puede rechazar (en este punto insiste siempre el
autor: rechazar la invitación a beber supone una descortesía e incluso una
ofensa). Ya estoy deseando que salga el tercer volumen. Os dejo con dos extractos:
Del relato “En el lado equivocado”:
La vida es muy rara
en el Lado Equivocado del Darling, al oeste de Nueva Gales del Sur.
El único lugar donde
vi a un hombre luchar contra un cerdo fue en el Lado Equivocado. Creo que la
pelea tuvo lugar solo porque el hombre estaba borracho. No es nada
extraordinario porque todo lo que pasa en el Lado Equivocado del Darling ocurre
porque la gente está borracha. Allí todo el mundo está siempre borracho. No hay
más remedio. El Lado Equivocado es el lado oeste, y consiste en nada más que en
plantas de sal, arena, piedras, calor y miseria. Excepto en invierno, cuando
consiste en plantas de sal, arena, piedras, frío y miseria. Y excepto cuando
llueve, lo que ocurre cada diez años. Entonces consiste solamente en agua y miseria.
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Del relato “El viejo loco y el mar”:
-Tómese otra –dije
taimado.
-Lo mismo, Betty
–profirió Joe. Y fue entonces, creo, cuando todo empezó a ir mal. Betty la
camarera, una señora gorda de aspecto feroz, vertió Blue Gold en un par de
vasos. Joe advirtió el error y dijo: “Prueba esto, te gustará”. Me lo bebí.
Para entender el porqué, hay que comprender la peculiar pasión alcohólica que
domina al australiano auténtico. Preguntar “¿qué es eso?”, o decir “perdone
señora, quería un gin-tonic”, o “no bebo nada que no sepa lo que es”, es
sencillamente imposible, y ciertamente peligroso.
De hecho, el Blue
Gold era una bebida de lo más agradable. O al menos tenía efectos muy
agradables. Tan pronto como impactó en mi estómago, la vida se volvió
completamente razonable y aceptable en todos sus aspectos. La muerte, la
enfermedad, los terremotos, la indigestión y el dolor de espalda, todos los
cuales suelen ocupar mis pensamientos de forma desproporcionada, parecían
formar parte de un nítido patrón de sensatez universal.
Y así ocurrió con
aquel viejo loco junto a mí que me invitaba a ir a pescar tiburones. Por
supuesto que iría con él.
[Traducción de Güido Sender Montes]