Hace algún tiempo hablé aquí de Los desafortunados, la poco conocida novela de B. S. Johnson que
publicaron en España y que, por suerte, Libros del Silencio reeditará el año
que viene. Johnson desmontaba la narración al uso (su novela consistía en
varios cuadernillos, que podían leerse de forma independiente), lo que le valió
la admiración de muchos autores de prestigio, entre ellos Samuel Beckett,
Anthony Burgess y Julian Barnes (y John Lanchester, que firma el prólogo).
En La contabilidad
privada de Christie Malry también se aparta de lo convencional, y entre
burlas y humor fino, nos narra las peripecias de un hombre que un día decide
hacer un balance de cuentas por cada situación que vive. Él mismo afirma:
-Todo débito debe
tener su correspondiente crédito –explicó Christie–. Tal vez cada daño deba
tener su correspondiente beneficio. La extensión podría llamarse “Contabilidad
Moral por Partida Doble”. Al comernos estas aceitunas gordales, que nos hacen
mucho bien, estamos impidiendo que se las coman otros; lo que para ellos es
indudablemente malo.
Una novela dotada de una comicidad efectiva, con
acotaciones en las que se habla del propio texto o en las que Malry conversa
con el narrador, pero que, como en Los
desafortunados, no duda en introducir la sombra de la enfermedad y de la
muerte; también, como en aquel libro, esa muerte proviene del cáncer. Os dejo
con el inicio:
Christie Malry era
una persona ingenua.
No le había llevado
mucho tiempo comprender que el dinero no constaba en su origen; que por lo
tanto tendría que procurárselo de la mejor manera posible; que procurárselo con
métodos que la sociedad consideraba delictivos acarreaba sanciones
desagradables (y para él inaceptables); que había otros métodos que la sociedad
(algo arbitrariamente) no consideraba delictivos; y que probablemente el
recurso más práctico para él fuera situarse cerca del dinero, o al menos cerca
de quienes lo ganaban. De modo que había resuelto convertirse en empleado
bancario.
Ya les he dicho que
Christie era una persona ingenua.
[Traducción de Marcelo Cohen]