Uno no puede descubrir por sí mismo todas las novedades
que merecen la pena. A veces se le escapan cosas. Esta joya, escrita por un
ceramista inglés, me la recomendaron a dúo Álex Portero y Carlos Pardo en la
Feria del Libro de Madrid. Y acertaron, claro. Se trata de, como digo, una
delicatesen. Un libro muy celebrado en otros países.
Edmund de Waal recibió como legado familiar una colección
de natsuke, figuras de madera y de marfil, de procedencia japonesa, y se
propuso rastrear los orígenes: ¿cómo llegaron esas figuras a sus manos?, ¿por
cuántos dueños pasaron?, ¿qué países recorrieron? Y lo que descubre es
absolutamente fascinante: la historia se remonta a 1871, comienza en París, y
traza un arco en el tiempo y en el espacio hasta llegar al Londres del 2009.
Los natsuke viajan por París, Viena, Tokio, Odesa… Son propiedad de un hombre
(un antepasado del autor) que los convierte en regalo de bodas para dos de sus
familiares, hasta que los nazis invaden Europa y se los llevan, y de ahí
regresan a la familia (no voy a desvelar cómo), y cambian de manos, de dueños y
de países.
Y es fascinante por cómo está escrito el libro, por los
cambios de tiempo y de espacio, por cómo un pedazo grande de la Historia se
inmiscuye en el legado y por cómo los objetos continúan arrastrando los
recuerdos de nuestros antepasados. Uno sueña con escribir un libro así, que
investigue un par de siglos de su propia familia. Un fragmento:
Funcionarios
imperiales sin país llegaban a Viena desde todos los rincones del ex imperio
para descubrir que los ministerios a los que habían enviado sus meticulosos
informes estaban cerrados. En las calles proliferaban Zitterer –hombres con
temblores, producto del estrés del combate– y amputados con medallas. Se veían
capitanes y mayores vendiendo juguetes de madera en las esquinas. Mientras,
grandes fardos de ropa blanca con el monograma imperial se abrían paso hasta
los hogares burgueses; en los mercados se encontraban arneses y sillas de
montar imperiales; y, se decía, patrullas de seguridad habían logrado llegar a
los sótanos del palacio y a velocidad decreciente estaban bebiéndose las
bodegas de los Habsburgo.
[Traducción de Marcelo Cohen]