lunes, junio 11, 2012

J. D. Salinger: Una vida oculta, de Kenneth Slawenski



Para mí Salinger es un autor de referencia, así que es fácil imaginarse lo mucho que he disfrutado con esta biografía (de la que se echa en falta un álbum fotográfico, aunque tiene sentido que no lo incluyan, dada la naturaleza huraña y huidiza de JDS). He releído toda su obra, en el caso de El guardián entre el centeno, varias veces (y he comprado tres ediciones distintas: la mejor de todas es la edición revisada de 2006, en la que la jerga de Holden se actualiza y se adapta a estos tiempos).

Leyendo este libro he llegado a comprender a Salinger. Ésta era una de las razones por las que necesitaba leerlo. Uno llega a comprender a Salinger, y a compartir algunas de sus decisiones (sólo algunas, no todas: es cierto que se pasó de huraño y huidizo). Digámoslo claro: durante años le tocaron tanto las pelotas (rechazando una y otra vez los relatos que enviaba a la prensa; cambiando aspectos de cada edición de sus libros; exigiendo ciertas cosas con las que pocos autores estarían de acuerdo; insistiendo en que metiera fotos suyas y una biografía en las cubiertas, hasta que llegó a odiar todo eso y decidió prohibirlo en cualquier edición de cualquier país; atacando algunos de sus textos en las críticas; etcétera) que se comprende que se volviera así. Un día dijo Basta, metafóricamente hablando. También fue culpable la excesiva fama. De ser alguien apenas conocido pasó a ser una celebridad. Y los escritores necesitan silencio, tranquilidad, anonimato… Ser una especie de rock star cuando eres escritor tiene que ser un coñazo. Salinger escapó de todo eso. Y al volverse esquivo, acrecentó su leyenda.

Esta biografía se lee como una novela, pese al clásico inicio un poco plomizo en el que cuentan la historia de sus antepasados. Dejo unos cuantos extractos reveladores:

Después de trabajar en la novela durante un año, en otoño de 1950 Salinger terminó El guardián entre el centeno. El logro constituyó una catarsis para el autor. Había escrito una confesión, una expiación, una oración y una iluminación, contenidas en una voz tan única que iba a alterar la cultura estadounidense. Más que una colección de reminiscencias o un cuento de angst adolescente, la novela significaba una renovación de la vida de Salinger. Holden Caulfield y las páginas que contenían el personaje habían sido los compañeros del autor durante casi toda su vida adulta. Esas páginas eran tan preciosas para Salinger que las había llevado encima durante toda la guerra. En 1944, le confesó a Whit Burnett que necesitaba llevarlas consigo para que le prestaran apoyo e inspiración. Las páginas de El guardián entre el centeno habían saltado a la playa de Normandía, habían desfilado por las calles de París, habían estado presentes en la muerte de incontables soldados en incontables lugares y habían recorrido los campos de exterminio de la Alemania nazi.

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Les recordó que las palabras eran una cita equivocada de Robert Burns, y que su significado se revelaba en el libro. Salinger hizo hincapié en el significado del error en la cita de Holden; un error que, sin embargo, lectores y estudiosos suelen ignorar. Al reemplazar “Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo” por “Si un cuerpo agarra a otro cuerpo”, Holden cambia el significado del poema. “Agarrar” a niños que van a caer en los peligros de la edad adulta es intervenir mediante el rescate, la prevención y la prohibición; pero “encontrar” es apoyar y compartir, lo cual implica comunicación. En este sentido, todo el viaje de Holden consiste en el descubrimiento del error que ha cometido al citar mal a Burns. Su lucha sólo termina cuando reconoce la diferencia entre “agarrar” y “encontrar”. Este reconocimiento constituye una epifanía.

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A partir de 1970, Salinger, con el apoyo incondicional de Dorothy Olding, se dedicó a destruir cualquier atisbo de información personal pasada o presente. Pero la obsesión del escritor por su privacidad tuvo el efecto contrario. En lugar de desaparecer de la opinión pública, se hizo aún más famoso por su distanciamiento. Fuera o no intencionado, cada acto que realizaba para apartarse de la mirada pública sólo servía para aumentar su leyenda.

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Hay una paz maravillosa en no publicar -dijo-. Es tranquilo, sereno. Publicar es una terrible invasión de mi intimidad. Me gusta escribir; amo la escritura. Pero escribo sólo para mí y para mi propio placer.

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Hay algo en la naturaleza humana que nos empuja a derribar los ídolos que nosotros mismos creamos. Nos empeñamos en ensalzar más allá de la realidad de sus virtudes a aquellos a los que admiramos y después, como resentidos por las alturas a las que los hemos empujado, creemos necesario echarlos abajo.


[Traducción de Jesús de Cos]