Tan interesantes como los libros del catálogo de Sajalín
son las vidas de sus autores. Por ejemplo la del checo Ota Pavel, nacido en
Praga en 1930, al que yo no conocía. Fue un auténtico amante de la pesca,
alguien que sería separado de los suyos (excepto de su madre) cuando comenzó la
Segunda Guerra Mundial. Sus hermanos fueron a parar a los campos de
concentración, aunque sobrevivieron. Con el tiempo, Pavel se hizo periodista
deportivo, como en la novela de Richard Ford. Pero su pasión fueron las aguas,
la actividad de la pesca, como apunta en uno de los relatos del libro:
Cuando estoy de
pesca no soporto a nadie. Quiero estar a solas con el río. Me irrita una simple
pisada, me indigna el habla humana. Es como si no tuvieran cabida en la
naturaleza. La gente, estando en plena naturaleza, a menudo cotorrea acerca de
minucias y estupideces, mientras que la naturaleza te habla, con su lenguaje
directo y claro, tan solo de la belleza, del amor, del odio, del sustento, de
la muerte. Es como si se hubiera descartado de la naturaleza todo lo superfluo.
Un día algo se le quebró en la cabeza. No fue un día
cualquiera: estaba cubriendo los Juegos Olímpicos de Innsbruck. Le
diagnosticaron un trastorno bipolar. Después de aquello, en períodos estables,
alumbró este libro que ahora edita Sajalín: una serie de relatos
autobiográficos en los que demuestra su sentido del humor, su pasión por la
pesca y, especialmente, un lirismo acentuado en la descripción de paisajes,
estados de ánimo y fragmentos de memoria. Sus páginas me han hecho evocar esa
gran novela (también de corte autobiográfico) titulada El río de la vida, que he leído un par de veces. Sólo que aquí
predominan el humor checo y esa rara visión de las cosas que tienen los
habitantes de Praga.
El epílogo estremece. Tras las páginas llenas de belleza
que conforman los relatos, Pavel admite lo siguiente:
Lo peor llega
cuando, con ayuda de los medicamentos, te conducen al estado en el que eres
consciente de estar loco. Los ojos se te inundan de tristeza y ya sabes que no
eres Cristo, sino un pobre diablo que ha perdido el juicio, que es lo que hace
hombre al hombre. Te ponen entre unas rejas algo mejoradas, a pesar de no haber
asesinado ni herido a nadie. No se te ha sometido a juicio y, sin embargo, has
sido sentenciado. La gente, afuera, continúa con su vida y tú comienzas a
envidiarlos.
Pero también concluye con una palabra que simboliza todos
sus esfuerzos: libertad. Y escribe:
La pesca es, antes
que nada, libertad. Caminar kilómetros y kilómetros en busca de truchas, beber
agua de las fuentes, estar a solas y libre al menos durante una hora, unos
días, o hasta semanas y meses. Liberado de la televisión, de los periódicos, de
la radio y la civilización.
[Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús]