viernes, marzo 30, 2012

El síndrome del emigrante

Diez de la noche.
44 grados Celsius en Madrid.
Este pueblo casi vacío en pleno agosto.
No quisiera salir
de este vagón del metro.
Con el aire acondicionado bien alto.
Todos se ignoran.
Juegan, como siempre,
a “voy solo en este vagón
y no existe nada más”.
Miran a un punto en el infinito.
Nunca encuentro ese punto
pero existe
porque todos lo miran
con insistencia.
Yo, con mi gorra y mis gafas oscuras,
me siento mejor.
Como un ciego.
Nadie me ve los ojos.
Miro de soslayo a una señorita
despeinada,
 y sucia por el calor.
 Escucha música
con los auriculares
embutidos en los tímpanos.
Hay asientos pero sigue de pie
concentrada en la música.
Tiene los brazos alzados para agarrarse.
Se pasa la punta de los dedos
por la axila izquierda.
Restriega bien la yema de los dedos
en el sudor
y se huele.
Después hace lo mismo
con la axila derecha
y la mano izquierda.
Sigue con la mirada perdida
en un cabrón punto del infinito.
Y yo tengo una leve erección
mientras me concentro en sus axilas.
Y supongo el olor a sudor que tiene.
Puedo hacerme una paja
cuando llegue a casa
Lo mejor del día.
Esa chica
Y el aire acondicionado.
Lo demás es mierda. 


Pedro Juan Gutiérrez, extraído de su web oficial