miércoles, febrero 22, 2012

Ocho escenas de Tokio, de Osamu Dazai


Nueve relatos autobiográficos, cada uno de ellos precedido de una foto en blanco y negro del autor, y de las personas con las que compartió amores o amistad o intentos de suicidio. De esos nueve relatos, el que da título al libro habla de los otros ocho (y probablemente sea el mejor, y el más duro). Si el otro libro de Osamu Dazai que publicó Sajalín, Indigno de ser humano, era un estudio devastador sobre la condición del hombre torturado, en estos relatos no escasean los infiernos personales que atormentaron a Dazai: sus intentos de suicidio, su alcoholismo, su dependencia de los fármacos, sus alucinaciones, sus fracasos, sus latrocinios, sus desvelos con la escritura, sus pesadillas… Nueve relatos demoledores, brutales, como navajazos a nuestro estómago. Nueve relatos sobre el fracaso y el dolor, sobre un escritor acosado por tempestades interiores. Osamu Dazai: simplemente, uno de los autores japoneses más grandes de la literatura. Dos extractos:

-¡Vaya! Otra vez hablan mal de mí. Dicen que soy un falso aristócrata disfrazado de epicúreo. El tipo que ha escrito eso se equivoca de plano. En todo caso podría decir que soy un epicúreo asustado de dios, o algo por el estilo. Fíjate, Sa-chan. Aquí dicen que soy indigno de ser humano. ¿Es eso cierto? Robé los cinco mil yenes porque quería que nuestro hijo y tú pasaseis un Año Nuevo decente, uno como no habéis disfrutado desde hace mucho tiempo. Yo no soy un monstruo. Esa es la única razón por la que cometí semejante barbaridad.
Sus palabras no me preocuparon consuelo ni una especial alegría.
-Da igual si eres humano o no –le dije–. Lo importante es que estamos vivos.

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Finalmente, H. y yo nos separamos. No tuve el coraje necesario para retenerla por más tiempo. Algunos dirán que la abandoné. De acuerdo. Me doy cuenta del inmundo y horrible infierno que me espera si me empeño en transmitir la idea de perseverancia en nombre de un ideal humanitario vacío de contenido. H. volvió al campo a vivir con su madre. No sé qué fue del pintor. Yo me quedé solo en el apartamento y continué bebiendo matarratas. Mis dientes empezaron a pudrirse y se cayeron. Mi cara se transformó en una máscara burda y vulgar. Me mudé a una casa de huéspedes cercana: era de la peor clase que uno pudiera imaginar y pensé que, precisamente por eso, me iba al pelo.


[Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés]