Tengo en casa una vieja edición de las Epifanías de Joyce (junto a las Epifanías sin fin de Julián Ríos) y, en cuanto a la parte del primero, no había acabado de entenderla. Esta edición crítica y bilingüe, con traducción, estudio y notas de Mario Domínguez Parra (y que contiene Epifanías, Un retrato del artista y Giacomo Joyce), viene a aclarar (al menos en mi caso) la confusión de esos fragmentos e iluminaciones de la obra de Joyce. Muchos de ellos sólo pueden entenderse dentro del contexto: trozos autobiográficos que luego utilizó en sus obras posteriores, esbozos que luego aumentaría en otros libros, anotaciones y diálogos a vuelapluma… Y luego están aquellos que forman una especie de relato breve, una descripción precisa y en prosa de la vida en la ciudad, como éste, para mí uno de los mejores:
Nubes grises han cubierto el cielo. En un cruce de tres caminos y ante una playa cenagosa, un perro grande está acostado. De cuando en cuando, eleva su hocico al cielo y pronuncia un prolongado aullido doloroso. La gente se para a mirarlo y prosigue; algunos se quedan, atraídos, puede ser, por ese lamento en que parece que escuchan la expresión de su propia tristeza, que tuvo voz una vez pero que ahora está muda, esclava del trabajo diario. Empieza a llover.
O este otro, que nos hace movernos por la ciudad irlandesa:
Débil, bajo la noche encapotada de verano, a través del silencio de la ciudad que ha pasado de los sueños a un dormir sin sueños, como un amante cansado al que ninguna caricia emociona, el sonido de los cascos sobre el camino de Dublín. No tan débil ahora, mientras se aproxima al puente; y en un momento, mientras rebasan las ventanas oscuras, el silencio se parte por sorpresa, como atravesado por una flecha. Se les escucha ahora muy lejos –cascos que brillan como diamantes en medio de la noche encapotada, apresurándose más allá de las marismas grises, inmóviles, ¿hacia qué destino –hacia qué corazón– con qué noticias?
Un retrato del artista es otro texto breve que anticipa Retrato del artista adolescente. Ya aviso que se trata de un texto difícil, complejo, que quizá no interese a quienes no sean lectores de Joyce (a mí me apasionaron Ulises y Dublineses). Arranca así:
Las características de la infancia no se reproducen generalmente en el retrato del adolescente, tan caprichosos somos, que no podemos concebir o no concebiremos el pasado más que en su férreo aspecto conmemorativo.
Por último, Giacomo Joyce es otra pieza muy corta de esta edición (muy completa y necesaria para comprender la obra joyceana). Aunque escrita en prosa, su estilo es más próximo a la poesía; es lo que más me ha gustado del libro junto a unas cuantas de las epifanías. Un fragmento:
Cadáveres de judíos yacen alrededor mío, pudriéndose en el molde de su camposanto. Aquí está la tumba de su pueblo, piedra negra, silencio sin esperanza..... El mozalbete Meissel me trajo aquí. Está detrás de esos árboles, de pie, con la cabeza cubierta frente a la tumba de su esposa suicida, preguntándose cómo ha acabado así la mujer que durmió en su cama..... La tumba de su pueblo y la suya: piedra negra, silencio sin esperanza: y todo está preparado. ¡No mueras!
[Traducción de Mario Domínguez Parra]
Nubes grises han cubierto el cielo. En un cruce de tres caminos y ante una playa cenagosa, un perro grande está acostado. De cuando en cuando, eleva su hocico al cielo y pronuncia un prolongado aullido doloroso. La gente se para a mirarlo y prosigue; algunos se quedan, atraídos, puede ser, por ese lamento en que parece que escuchan la expresión de su propia tristeza, que tuvo voz una vez pero que ahora está muda, esclava del trabajo diario. Empieza a llover.
O este otro, que nos hace movernos por la ciudad irlandesa:
Débil, bajo la noche encapotada de verano, a través del silencio de la ciudad que ha pasado de los sueños a un dormir sin sueños, como un amante cansado al que ninguna caricia emociona, el sonido de los cascos sobre el camino de Dublín. No tan débil ahora, mientras se aproxima al puente; y en un momento, mientras rebasan las ventanas oscuras, el silencio se parte por sorpresa, como atravesado por una flecha. Se les escucha ahora muy lejos –cascos que brillan como diamantes en medio de la noche encapotada, apresurándose más allá de las marismas grises, inmóviles, ¿hacia qué destino –hacia qué corazón– con qué noticias?
Un retrato del artista es otro texto breve que anticipa Retrato del artista adolescente. Ya aviso que se trata de un texto difícil, complejo, que quizá no interese a quienes no sean lectores de Joyce (a mí me apasionaron Ulises y Dublineses). Arranca así:
Las características de la infancia no se reproducen generalmente en el retrato del adolescente, tan caprichosos somos, que no podemos concebir o no concebiremos el pasado más que en su férreo aspecto conmemorativo.
Por último, Giacomo Joyce es otra pieza muy corta de esta edición (muy completa y necesaria para comprender la obra joyceana). Aunque escrita en prosa, su estilo es más próximo a la poesía; es lo que más me ha gustado del libro junto a unas cuantas de las epifanías. Un fragmento:
Cadáveres de judíos yacen alrededor mío, pudriéndose en el molde de su camposanto. Aquí está la tumba de su pueblo, piedra negra, silencio sin esperanza..... El mozalbete Meissel me trajo aquí. Está detrás de esos árboles, de pie, con la cabeza cubierta frente a la tumba de su esposa suicida, preguntándose cómo ha acabado así la mujer que durmió en su cama..... La tumba de su pueblo y la suya: piedra negra, silencio sin esperanza: y todo está preparado. ¡No mueras!
[Traducción de Mario Domínguez Parra]