¿Recordáis la ciudad en ruinas de 1997: Rescate en Nueva York? ¿Y la voz del narrador adentrándonos en el paisaje apocalíptico de Mad Max 2? Pues bien: si a ello le sumamos la obsesión por los virus y el tráfico ilegal de fármacos, las bandas de leprosos y los laboratorios clandestinos, y muchas locuras más, obtendremos Blade Runner: Una película, una joya de 90 páginas en formato minúsculo.
Casi parece un milagro, pero décadas después de su publicación por fin nos llega este texto inclasificable, gracias a Ediciones Escalera y a la impecable traducción de Daniel Ortiz. Este libro breve está más allá de los géneros. Burroughs quiso hacer un planteamiento de adaptación al cine de The Bladerunner, la novela de ciencia-ficción de Alan E. Nourse (inédita en España). El texto trata de explicarnos cómo sería la película. Pero entonces se convierte en algo más, en un relato breve, una especie de ensayo, una locura: Burroughs describe un Nueva York apocalíptico, en el que explotan las revueltas callejeras por culpa de las leyes sobre sanidad, en el que mucha gente padece Cáncer Acelerado, una ciudad en la que los subterráneos se han llenado de agua, la vegetación ha crecido por doquier como en una novela de J. G. Ballard, por las calles se mueven las bandas de leprosos, de médicos que ejercen ilegalmente y operan en estaciones de metro a la luz de velas o de linternas, de ejércitos y de ciudadanos descontentos… En este escenario, las enfermedades han mutado y evolucionado porque la farmacopea moderna aniquila las defensas del organismo, permitiendo que los virus avancen y se transformen. En ese paisaje se mueven los blade runners, adolescentes que venden fármacos ilegales a los médicos. Abajo, unos extractos que pueden dar una idea del contenido del libro:
Durante las revueltas de 1984, ciertos gamberros vaciaron los acuarios, y peces, reptiles y anfibios fueron a parar a las alcantarillas de Nueva York, de modo que ahora tiburones de agua dulce nadan en el Hudson, cocodrilos, boas acuáticas, pirañas y anguilas eléctricas infestan túneles del metro, pantanos y canales, a veces se materializan en piscinas, bañeras e inodoros. También fueron liberados los animales del zoo, de modo que una manada de osos asesinos se mueve ahora por Central Park.
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Nueva York presenta el aspecto de un escenario post nuclear. Áreas enteras devastadas, campos de refugiados, ciudades dormitorio de improvisadas tiendas de campaña. Millones de ciudadanos han huido para no volver. Nueva York, ciudad fantasma, como tantas otras a lo largo del país.
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Bajo Manhattan, centro mundial de la medicina underground. Cualquier fármaco, droga, operación, cualquier tratamiento puede conseguirse a cambio de un precio. En estos túneles, canales, edificios abandonados, naves y sótanos viven todos los fugitivos y forajidos perseguidos por el Departamento de Estado.
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Esenciales para la supervivencia de esta medicina sumergida son los blade runners, intermediarios entre proveedores y clientes; ellos son los encargados de abastecer de sustancias, instrumentos y equipamiento a médicos y a clínicas ilegales […] Son ellos, los blade runners, los que velan por que la medicina underground pueda seguir ejerciéndose.
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[Traducción de Daniel Ortiz Peñate]