El placer del paseador de perros: husmear en pisos y casas extrañas, establecer el perfil del dueño mirando su estantería de libros y discos si la hay, los platos sucios en la cocina que siempre los hay y los medicamentos y los envases del baño. Las ventajas: esos paseos impagables por el parque Retiro en una tarde fresca, las horas de lectura en compañía de un perro exhausto por la caminata, el disfraz de dueño que el paseador aprovecha para admirar a las chicas guapas que se acercan a acariciar a la mascota adoptiva. La comida: bocatas de calamares, de chorizo ibérico de bellota y agua. La música: cualquier grupo con reminiscencias folk o country. La fantasía: tirarse a una dueña. La calamidad: observar a las parejas sudando amor tirados bajo los árboles y a esas familias en bicicleta o paseando como un ejército victorioso. La realidad, ya lo dije, eres el empleado de un perro.
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