domingo, enero 29, 2012

El texto no niega la evidencia...

El texto no niega la evidencia: vivimos enfrentados a las pantallas. Delante de una de ellas escribo este texto; delante de otra usted lo lee. La inmensa mayoría de nosotros trabaja frente a una pantalla de un ordenador personal, y pasamos entre dos y cuatro horas de nuestro tiempo de ocio frente a otra, la del televisor. Por no hablar de las pantallas de los cajeros automáticos, las pantallas de los expendedores de billetes de metro, de los escaparates en las avenidas, de los circuitos cerrados de los autobuses urbanos, de los bares, de los gimnasios, de las tiendas, las pantallas electrónicas de publicidad en grandes ciudades, así como las pequeñas pantallas o displays de nuestros teléfonos móviles, de nuestros lectores digitales, de nuestros iPods, de nuestras agendas Blackberry, de nuestros microondas y lavadoras, de nuestros videojuegos o deuvedés portátiles, de nuestras impresoras y un inacabable etcétera. Algunas urbes como Kioto, Nueva York, Buenos Aires, Shangai, Hong Kong o Londres dan la razón a Iain Chambers cuando describe a la ciudad como una “pantalla gigante”, apelando a su capacidad audiovisual, polimórfica, polisígnica, repleta de contenidos informativos o publicitarios destinados a los ojos. Somos lo que miramos, y miramos pantallas. Esto tiene numerosas consecuencias psicológicas, metafísicas, sociológicas, políticas y artísticas que examinamos en otro lugar, porque hoy no queremos hablar tanto de la influencia de las pantallas en nuestra vida como de su influencia en nuestra literatura y en nuestro modo de leer.


Vicente Luis Mora, El lectoespectador