Suele decirse que un libro nunca se acaba de escribir y matizar, salvo si uno se lo entrega al editor. Es cierto. Aunque terminé Angustia en junio, y como aún faltan unos meses para que se publique en Eutelequia, sigo trabajando en el texto de esta manera: leyendo más libros relacionados con la enfermedad. Me sirven para introducir citas y complementar la novela. Un lector me recomendó este título de Weyergans. Aunque el libro es bueno, e incluso ganó el Premio Goncourt, no he encontrado en sus páginas lo que buscaba, pues el autor se aparta a menudo del tema del título y se adentra en vericuetos metaliterarios. Pero es al final cuando pisa a fondo, cuando nos deja el regalo de tres o cuatro pasajes en los que brilla justo lo que yo buscaba. Y os copio dos de ellos:
Había escrito palabras tales como “hiperansioso” o “desamparado” sin jamás sospechar que un día sería un hijo que tendría miedo a la muerte de su madre. Me decía a mí mismo que uno escribe sólo para su madre, que la escritura y la madre están ligados, que un escritor dedica sus páginas, no a la que ha envejecido cuando está él mismo en edad de escribir y de publicar, sino a la mujer joven que lo trajo al mundo, a aquella de la que lo separaron el día de su nacimiento.
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Convendría que no me muriera yo antes que ella, pero no quiero que ella se muera antes que yo. Además de las otras malas pasadas que os juegan los padres, en cuanto os hacen nacer, os obligarán a todos, un día u otro, y salvo en el caso de una muerte prematura por vuestra parte, a asistir a su entierro.
[Traducción de Ninca L. Bassols]